Después de la II Guerra Mundial muchos soldados japoneses fueron olvidados en las islas que les habían ordenado defender a sangre y fuego. Posteriormente y durante varias décadas se fueron sucediendo las apariciones de estos soldados ya ancianos. Muchas de estas apariciones fueron fortuitas y varios de ellos fueron indicando las tumbas de compañeros que habían muerto en las islas. Estos son los tres últimos soldados en entregarse.
Teniente Hiroo Onoda
Hiroo Onoda –oficial japonés que luchaba para el imperio- fue enviado a la isla de Lubang en 1944, ya sobre el final de la guerra. Sus consignas para él y sus hombres eran no rendirse jamás, introducirse en las líneas enemigas, llevar a cabo operaciones de sabotaje y sobrevivir de manera independiente hasta que recibiera nuevas órdenes.
Tras la rendición de Japón en 1945 con las bombas de Hiroshima y Nagasaki, Onoda y dos de sus compañeros siguieron luchando escondidos en la selva y convencidos de la guerra aún no había acabado. El ejército Filipino, -que pasó más de 2 décadas intentando dar caza a estos 3 hombres- consiguió matar a dos de ellos, por lo que Onoda se quedó los últimos años viviendo en solitario.Durante 3 décadas Onoda sobrevivió de lo que encontraba en la selva, disparando al ganado y robando a los pocos nativos valientes que se atrevían a acercarse a las montañas de la isla.
Fueron varias las expediciones de japoneses que fueron en su búsqueda, pero Onoda -que sufría una desconfianza patológica- los confundía con espías enemigos. Durante años se lanzaron panfletos desde aviones y se realizaron otros esfuerzos sin éxito para convencerlo de que el ejército imperial había sido derrotado. Sus manías paranoicas llegaron a tal extremo, que incluso llegó a ignorar a su hermano por ser este otro traidor vendido al enemigo y el cual vino de Japón para convencerlo. Fue necesaria la visita de quien fuera su comandante para que, en marzo de 1974, Onoda pusiera punto final a su absurda guerra personal. El relevo de la misión por parte del comandante que le asigno la misión 30 años atrás fue la única manera de que este hombre se rindiera. Tenía entonces 52 años y había malgastado media vida.
A su regreso Onoda escribió un libro sobre sus 30 años de supervivencia pero tanta popularidad empezó a afectarle ya que creía que minaba sus valores tradicionales japoneses. Onoda se fue a vivir a Brasil como pastor de ganado y volvió al cabo de unos años donde murió en 2014 a los 91 años.
Sargento Soichi Yokoi
Soichi Yokoi fue un Sargento de 28 años del ejército imperial japonés que tomó parte en la segunda batalla de Guam en 1944. Tras su derrota, varios soldados se internaron en la jungla para escapar de las tropas de Estados Unidos. A medida que pasaban los años, el grupo de diez soldados se fue disolviendo por toda la isla hasta que Yokoi acabó viviendo sólo en una cueva de la isla.
A pesar de que solía visitar a otros dos soldados, un día los encontró muertos presumiblemente de hambre. Yokoi solía encontrar panfletos que informaban de la finalización de la guerra pero no se fiaba, solía vivir de la caza y utilizaba las plantas y los troncos para fabricar pequeños utensilios. El 24 de enero de 1972 Yokoi fue descubierto y atacado por dos pescadores mientras revisaban sus trampas de quisquillas.
"Es con un poco vergonzoso, pero he vuelto", dijo Yokoi a su regreso a su patria. La observación se convertiría en un dicho popular en Japón. Ese mismo año se casó con una mujer 13 años más joven que él, se fue a vivir a una zona apartada del país y aunque se convirtió en una celebridad en televisión, dijo no acostumbrarse nunca al Japón moderno. Murió de un ataque al corazón en 1997 a los 82 años de edad.
Soldado Teruo Nakamura
Teruo Nakamura fue un soldado japonés que no se rindió hasta 1974, siendo el soldado del imperio que más tardó en regresar. Nakamura era un aborigen taiwanés situado en la isla de Morotai de Indonesia poco antes de que la isla fuese controlada por los Aliados en septiembre de 1944 en la Batalla de Morotai. Nakamura vivió en comunidad hasta que en 1956 decidió dejar a sus compañeros e irse a vivir sólo; cuestionado por ello, Nakamura defendió que intentaron matarlo varias veces, extremo que ellos negaron.
La cabaña de Nakamura fue descubierta accidentamente por un piloto a mediados de 1974. En noviembre de 1974, la Embajada Japonesa en Indonesia situada en Yakarta pidió la asistencia del gobierno indonesio en una misión de búsqueda llevada a cabo por las fuerzas aéreas de Indonesia en Morotai que llevó a su arresto el 18 de diciembre de 1974. Fue llevado a Yakarta y hospitalizado. Las noticias de su descubrimiento llegaron a Japón el 27 de diciembre de 1974.
La repatriación de Nakamura y su percepción ante el público japonés de su tiempo, difirieron de otros hallazgos recientes, como el de Hiroo Onoda, quien fue descubierto unos meses antes. Una razón fue la cuestión de su nacionalidad. Nacido en Taiwán, Nakamura, que era étnicamente amis, legalmente no tenía una nacionalidad propia. Las cuestiones de la nacionalidad eran de gran importancia en el público nipón de aquel entonces y aunque la embajada japonesa ofreció repatriarlo, también había inseguridad acerca de cómo tratarlo en caso de que quisiese ir de nuevo a Taiwán. En el momento de su captura Nakamura no hablaba ni japonés ni mandarín. La segunda razón del poco reconocimiento recibido por Nakamura, fue que Onoda era oficial, mientras que Nakamura era un soldado raso de una colonia japonesa, lo que no excitó la imaginación del público y puso en cuestión el papel del colonialismo japonés durante la guerra.
Nakamura finalmente murió de cáncer de pulmón cinco años después en 1979.
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