Que rica y quen colocon que me pega con whisky
¿Sabéis si está online este libro de Nacho Carretero?
Don Vicente Otero, «Terito», fue militante popular toda su vida y amigo personal de Manuel Fraga. Se profesaban cultivada amistad mutua, nunca negada por ninguna de las dos partes. A Fraga no le faltaba de nada en sus visitas a Arousa: copiosas comidas y mariscadas, muchas de ellas en el parador de Cambados, otras, en alguno de los restaurantes que poseía «Terito» o en el Casino A Toxa, segunda residencia del contrabandista. El dirigente de AP era recibido con fanfarria y honores, y a don Vicente se le correspondió desde el partido con la insignia de oro y brillantes. «Terito» garantizaba los votos en una comarca donde los populares se llevaban —y se han seguido llevando en algunos municipios— el 70% de las papeletas.
«En realidad —resume un juez de la época— con la Guardia Civil no se podía contar». Perfecto Conde, en su libro, dedica un capítulo a los sobornos que recibían los agentes y que los investigadores detectaron desglosados en las cuentas de las organizaciones de contrabandistas. Figuraban como un gasto más, bajo la denominación de «pagado fuerza», y se referían al dinero destinado a los cuarteles gallegos que debían hacer la vista gorda. De estas y otras decenas de casos de corrupción nació la frase que Laureano Oubiña pronunciaría años después: «No, hombre, no. Sin ellos no hubiéramos podido hacer nada...».
Lo que hizo Vioque fue convertir la Cámara de Comercio en una oficina mafiosa —retoma el juez—. Era allí donde se planeaban reuniones, desembarcos, estrategias de defensa para los capos... Su objetivo era hacer un sindicato del narco y coordinar todo: los blanqueos, los sobornos, las descargas..., y cada capo de cada organización era una especie de vocal. Aquello fue lo más cerca de la mafia que hemos estado en Galicia». Un agente de Policía recuerda la Cámara de Comercio como un salón de actos y fiestas: «Por allí pasaron a tomar copas Fraga, Feijóo..., todos. Es que pasaron todos»
Manuel Charlín Gama porta el honor de ser el primer contrabandista de Galicia que coló un alijo de droga en la ría. No hay datos concretos: ni fechas, ni testigos, ni pruebas que corroboren este dato. Y sin embargo, en el saber popular de las Rías Baixas esto es un hecho indiscutible. También para los veteranos de la Guardia Civil y la Policía «el Viejo» fue el primero. Lo que Chis, Chema y los demás consideraban un hobby, un pasatiempo que como máximo les obligaba a viajar un día a Sevilla y esconder un par de kilos en el maletero, se convirtió en un negocio insaciable para los contrabandistas. ¿Para qué ir a Andalucía a trapichear porros cuando puedes traer un pesquero cargado de fardos directamente desde Marruecos? Los capos entraron en juego.
Algo no encaja en la Costa da Morte, pensó el director del Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA), Luis Rubí, en 1995. Unos jóvenes hermanos conducían porsches rojos, hacían carreras en motos de agua y vivían en chalés «acojonantes». Eran «os Lulús», el clan que dominaba, y todavía domina, el narcotráfico en la Costa da Morte. Rubí decidió acercarse a Muxía y charlar con el cabecilla del clan, Fernando García Gesto, que entonces ni llegaba a los 30 años. «La primera vez que hablé con él, había cambiado unos días antes 600 000 florines holandeses en pesetas en una sucursal de Muxía. Le pregunté de dónde sacaba tanto dinero, y me respondió: “Del longueirón de fondo”. Yo no sabía ni lo que era un longueirón. Me quedé callado y añadió: “Y del percebe. ¿Quiere usted que le enviemos unos percebes?”».
El abogado Rubí fue nombrado administrador del Pazo de Baion incautado a Laureano Oubiña. Sin experiencia previa en el mundo del vino, se vio de pronto al frente de un enorme viñedo y con la obligación de sacar la cosecha del año y hacerla rentable. «Estaba muy perdido, pero años más tarde me tocaría administrar el Atlético de Madrid y, créeme, eso sí que fue difícil. Recibí amenazas de todo tipo, también mi familia. Con el pazo y los narcos no tuve ningún problema. Dame los narcos antes que el fútbol, sin ninguna duda».
Cómo consiguieron los contactos para pasar del tabaco a la droga es un asunto que nunca ha estado claro. Se sabe que no les fue difícil. «Ellos ya tenían montada una infraestructura muy grande con el tabaco», explica el juez Taín. «Eso les facilitó todo y les dio mucha confianza a los proveedores. Socialmente encontraron el camino despejado: había impunidad y permisividad, aceptación social. Los primeros años la gente no sabía bien lo que era la droga, así que seguían sin ver mal del todo las actividades de los capos». La laguna legal existente y el poco interés en rellenarla fue el tercer factor que propició el salto. La Xunta de Galicia no tenía competencia ni medios para luchar contra unas organizaciones que poco le tenían que envidiar a la mafia y que, además, llevaban años aportando generosas donaciones. El Gobierno central tenía cosas más importantes en las que pensar antes que en los problemas sociales de aquella esquina de España. Por ejemplo, la carnicería que estaba llevando a cabo ETA y que dejó 99 asesinados en 1980, o los 1000 nuevos parados al día que, de media, sumó España durante ese año. La legislación también estaba de parte de los clanes. A principios de la década el contrabando de sustancias estupefacientes no estaba regulado, y se castigaba con la misma pena que el tabaco. Menos trabajo, mucho más dinero y el mismo riesgo. ¿Cómo desaprovechar la ocasión?
Años después el propio Oubiña se justificaría: «Si he traficado en alguna ocasión con hachís es porque nunca se me pasó por la cabeza que llegásemos a estas fechas sin que estuviese legalizado, tanto en España como en el resto del mundo. La diferencia entre el hachís y otras sustancias es que es una droga blanda, y, que yo sepa, nadie se ha muerto por consumirlo». Tan en serio se tomaron los Oubiña esta línea argumental que recurrieron incluso al famoso ensayista Antonio Escohotado, autor de Historia general de las drogas. Lo recuerda el propio escritor: «Cuando (Laureano) estaba siendo procesado, sus familiares me pidieron un escrito sobre la historia, efectos y uso actual del hachís, que con gusto hice. Incluso comparecí como testigo de la defensa en una de las vistas, pero Oubiña rechazó entonces a su abogado —Ruiz Giménez— y no llegué a ser preguntado por nadie, si bien recuerdo».
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Curiosa e interesante historia la del narco en Galicia y, por lo que a todo apunta, de gran calado en la administración y los partidos políticos.
Última edición por Diggernick; 13/09/2016 a las 18:47
?El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
Cuéntanos amigo, galego, cómo es vivir en un invierno perpetuo.
Obrigado.El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
Última edición por Diggernick; 13/09/2016 a las 19:09
Pues si lo veo por ahí, es posible porque me está gustando bastante y eso que he leído cuatro mierdas. Lo de https://www.foroparalelo.com/general/raia-470703/ es el principio.El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
Yo también tengo ganas de leerlo, los protagonistas son vecinos míos.El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
Hay otro libro, muy bueno, sobre la Operación Nécora. Pero no creo que sea fácil de conseguir, estará descatalogado.
Mientras unos hablan de historia, otros la escribimos. Con el dinero del libro comprad medio pollo y escribid la vuestra
P.D.: http://imagenesdelrubiodebatea.blogspot.de/
Muy chu-chu-chuli.
Cuenta el periodista arousano Felipe Suárez en su libro La Operación Nécora + que en el verano de 1978 los jóvenes melenudos de Vilagarcía se juntaban en el Bar Peñón a jugar a las cartas y fumar porros.
«En esa época —narra Chema, uno de aquellos hippies de la ría— después de las partidas me fumaba tranquilamente un canuto y el sargento Gabeiro siempre protestaba: “A ver cuándo coño vas a cambiar de tabaco, mira que es fuerte”.
Y yo le respondía: “Tranquilo, sargento, ya se irá acostumbrando, es tabaco holandés”».
En realidad ahí se fraguó el salto. Al contrario de lo que sugiere la creencia popular, no fueron los capos los que trajeron la droga (hachís primero y cocaína después) y se la ofrecieron a una ignorante generación de jóvenes que acabaría destrozada. No. Ocurrió que, con ese radar para el trapicheo incrustado en el ADN, los contrabandistas detectaron un negocio incipiente en las nuevas sustancias que fumaban los amigos de sus hijos y presintieron dinero, como antes lo habían olido en la gasolina, la chatarra y el tabaco. Entonces, sí, preguntaron, se informaron y enseguida tomaron las riendas del negocio para extender la mercancía como una epidemia entre toda una generación.