Llevo un par de días aburrido.
Aburrido de todo y de todos,
de mi mismo el primero.
De la monotonía que me subyuga y me vicia.

De la ciudad en la que vivo.
De respirar humo negro.
De la intrascendente compañía.
De la interminable soledad.

De la realidad en la que vivo.
De los amigos que me rodean.
De los amigos que ya nunca volverán.
Aburrido de la vida y su devenir.

Son esos momentos
en los que pienso que
no queda nada por descubrir,
nada que me sorprenda.

Luego me emborracho,
o me drogo, e imagino un mundo feliz.
Un mundo en el que el hecho de seguir vivo
realmente no carezca de importancia.

La vida es una rueda
que gira en un solo sentido
y siempre nos retorna
al lugar del que una vez partimos.

Y en mis noches más oscuras me pregunto,
¿Cuánto queda pues antes de que la absoluta oscuridad
de la que fuimos un buen día nacimos
requiera de nuevo nuestra presencia?

Y más importante,
¿Qué quedará entonces
de nuestra fútil
y estúpida existencia?

Aburrimiento.