Lectura Los gatos de la virgen blanca de Moncloa.

  1. #1
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    Los gatos de la virgen blanca de Moncloa.

    He escrito muchas mierdas, pero he aquí un pedacito de mi alma. Para bien o para mal, no se hacerlo mejor.

    En la ciudad universitaria de Madrid, entre el museo de América y el clínico San Carlos, existe un lugar poco transitado, que junto al resto de pinar de la zona, parece haber sobrevivido de manera casi testimonial a lo que una vez estuvo libre de cemento y asfalto.

    No es el típico sitio donde la gente ñoña se iría de pic-nic. He de reconocer que a primera vista da más bien la impresión de ser un sitio perfecto para los yonkies.

    Tal vez fuera así en los ochenta. No lo se. Dada su cercanía a la calle, me costaría creerlo, la verdad. Hoy allí no encontrarás más que el clan de rumanos con sus tiendas que hará unos meses se asentaron allí y algún grupo de gente bebiendo los fines de semana.

    A pesar de todo, este lugar genera en mí un interés difícilmente clasificable; no se si tendrá que ver con el tercer tipo de gente que frecuenta el lugar.

    Los devotos de la virgen Blanca ciertamente dotan al lugar de un áurea de misterio. En su mayoría, son antiguos pacientes de los dos hospitales colindantes que ven en su recuperación un milagro de la santa.

    Se ocupan de adecentar el lugar en la manera de lo posible. Recogiendo la basura generalmente producto de los botellones y cuidando el jardín construido en torno al altar.

    La virgen, que permanece pétrea e inamovible, con los brazos abiertos en gesto maternal, es todo una venerable anciana; y es que, hasta donde yo se, cuenta con una dilatada existencia.

    Creo haber leído sobre ello en "la forja de un rebelde" de Arturo Barea; justo en el primer volumen, donde habla de su juventud. Por lo visto, allí hubo un hospital psiquiátrico, o un antiguo hospital más tarde convertido en colegio. El colegio fue derruido, pero la virgen, permaneció casi intacta hasta nuestros días. Y digo casi intacta y no intacta del todo porque la historia no acaba ahí.

    Tras presenciar el derrumbe de la que había sido su antigua casa, la imagen de María tuvo que presenciar, en primera linea, el derrumbe de todo un país.

    La recién estrenada ciudad universitaria fue escenario central de la batalla por Madrid desde el verano de 1936 hasta el final de la guerra. La lucha, se libraba paso a paso y planta a planta justamente en las inmediaciones del clínico.

    Durante una de estas escaramuzas, orquestadas por los mismos oligarcas traidores y miserables que años antes estaban matando de hambre y robando a su tropa en marruecos, la estatua fue mutilada perdiendo la nariz. Esa herida, en cierta manera, quedó como una metáfora triste de la herida de todo un país desecho. Un país que nunca recupero la sed de justicia y libertad de aquellos años; si acaso haya recuperado la cordura tras cuarenta años de democracia.

    Esta noche, también de verano pero ochenta años después, me encuentro sentado frente a esa herida, aún sangrante. La miro fijamente. La exploro. Intento descubrir en su forma la respuesta imposible a una pregunta inefable.

    El alcohol me hace efecto. Abre mi mente: la apacigua y la hace trabajar con mayor profundidad. Tomo otra calada, creando un hálito de luz con las brasas del cigarrillo, llenando mis pulmones con su humo. Hace tiempo que no fumo. Lo noto. Pero da igual. Hoy, fumaré como un condenado; beberé hasta que algo o alguien me hagan volver a ser real.

    Me veo a mí mismo vagando por la calle. Sin rumbo. Sin ningún sitio donde ir. Desaliñado, la mirada perdida y el alma buscado algún lugar. ¿Es este mi lugar? Miro a mi alrededor. La virgen me mira callada. Los rumanos ríen. Los chavales beben. Yo, estoy solo. Sigo recorriendo en mi memoria, fantasmalmente, las calles de Madrid. Otros, la recorren en sentido contrario. Nunca colisionamos: los atravieso. Ellos son un una bruma. El tiempo y el espacio no nos unen pues vivimos en mundos distintos.

    Veo tiendas de ropa, de comida, de electrónica. Veo coches. Muchísimos coches. Veo bancos. Veo rascacielos construidos por esos hijos de perra. Veo ministerios. Veo un hombre descalzo con muletas pidiendo en la calle. Veo, en definitiva, tres millones de ratas viviendo en la basura y en la podredumbre; en el humo venenoso y asfixiante.

    Una mujer lleva a su hija pequeña en brazos. Esta llora. Otra mujer, grita varios metros más adelante ¡que te calles! ¡que te calles!

    Mi vecino, también grita desquiciado al hombre que pide descalzo y con muletas ¡rumano! ¡guarro!

    Otro hombre de traje aporrea la puerta cerrada del autobús clavando todo su odio en el conductor ¡eres un cabrón! ¡hijo de perra!

    En la puerta del metro, un borracho molesta a unas chicas. Se les queda mirando con gesto interrogante y con su voz repulsiva de borracho sentecia: "os rompería el ojete"
    mientras esboza un sonrisa grotesca. Las chicas, lejos de sentirse violentadas, se ríen con una risa igualmente frívola.

    Mas lejos, sobre el suelo de un rotonda, una pareja folla como si no hubiera mañana ante la atenta mirada de todo el mundo. Los coches pitan manifestando su aprobación.

    Miro la escena dantesca que ponen antes mis ojos. Estoy perplejo. Todos parecen haberse vuelto locos. Me agacho: hay veinte euros en el suelo.

    Abro los ojos. La virgen sigue mirándome. Pero ahora hay alguien más. Los chavales que estaban en el otro extremo del descampado pasan por mi lado en dirección al metro. Me fijo en un chica que va en el grupo. Me fijo en sus tetas rebotando al caminar; en sus muslos apretados contra sus shorts. Pienso en las mil guarrerías que le haría y sufro una erección.

    De pronto siento vértigo. Asco. Recuerdo al borracho del metro. ¿qué tengo yo que reprocharle a ese tipo? ¿cómo puedo juzgarlo? ¿acaso no soy yo igualmente repulsivo? He de serlo cuando yo mismo acabo de sentir repulsión de mi propio ser.

    Sigo pasando cerveza por mi garganta. Llenando mis pulmones de humo. Otra sombra se acerca; la reconozco. Es uno de los dos gatos negros que pululan por aquí. Me gusta darles de comer cuando traigo algo. Se acerca con parsimonia y aire ceremonioso. Lleva algo en la boca. Parece un gorrión muerto. Lo deposita frente a mí como si de un sacrificio religioso se tratara. De pronto maúlla como intentando hablar y se escabulle entre la maleza. El gorrión yace muerto sobre el suelo con los ojillos contraidos en gesto de dolor.

    Miro al gorrión y tomo otra calada extasiado, con cara de flipado. ¿Qué acaba de pasar?

    Pienso que tal vez, yo sea como ese gorrión. Agarrándome desesperadamente a la vida. Sufriendo hasta el último momento como muestran sus ojillos muertos.

    Rectifico. En absoluto, el gorrión, hasta que el felino, más rápido y fuerte que él, segara su vida, era un animal salvaje, libre, tenía dignidad y hacía aquello que era coherente con su naturaleza: sobrevivir.

    Yo ni siquiera he tenido eso. Desde niño se me ha aleccionado en la falta de libertad, el estabulamiento y la esclavitud. No se me permitió descubrir libremente el mundo que emergía misterioso.

    Cuando tuve edad para ir al colegio, con la ruin mentira de que se me contaría todo aquello que no se me había permitido aprender por mí mismo, me sentaron en una silla frente a un pupitre y no se me enseñó otra cosa que no fuera obedecer sin rechistar y temer a una autoridad ilegítima, que nos martirizaba a mí y los otros infantes, destruyendo cualquier tipo de interés que pudiéramos tener en el mundo interior y exterior al aula.

    Doce años más tarde, en la universidad, me han enseñado a ser un esclavo productivo para mi amo. Con el objeto de obtener unas merecidas migajas de la futura riqueza que crearé para él. Eso sí, previa extracción de una buena parte del trabajo realizado por mis padres y teniendo muy claro que soy un "privilegiado".

    Frente a la televisión, también aprendí que yo, como individuo que se ha dejado robar parte de su trabajo, tengo derecho a tirar el resto de ese trabajo comprando puta mierda que no necesito pero que me hipnotizan para que necesite, pues han estudiado otros esclavos como yo y tiene la llave de nuestros deseos y anhelos.

    Si aún así, sigue habiendo algo que te mosquee de este sistema esclavista, siempre puedes apaciguar ese sentimiento mirando pasmado una pantalla, observando los múltiples productos de espectáculo que tienen preparados para ti. Desde un atajo de mamones descerebrados recibiendo patadas en los cojones por decenas de millones al año hasta un vídeo de tu prima comiéndose una polla como tu cabeza de grande.

    Todo ventajas. Además, recuerda que serás un esclavo despojado de su dignidad, pero tienes algo mucho mejor, tienes libertad individual. La libertad individual de suicidarte cuando la policía aporree tu puerta para echarte de tu casa por mandato de la heredad de Botín. Proteger y servir. Sí señor.

    Después del monólogo de borracho cínico, enmudezco. La violencia de mis palabras fue dando paso a una calma tensa. Un sudor frío me recorre la espalda.

    No soy más que polvo, como el gorrión. Pero aun siendo polvo, también quiero ser libre. Quiero algo más que vegetar en un cubil diez horas al día hasta los setenta. ¡Quiero vivir! Noto la asfixia. Grito jadeante. ¡Mal rayo os parta hijos de perra! ¡quiero vivir! las lágrimas brotan de mis ojos. Me hierve la sangre. Mi voz enronquece.

    Después del estallido nervioso, las aguas vuelven poco a poco a sus cauce. Tumbado, miro al cielo. Un cielo sin estrellas. Cierro otra vez los ojos. Me imagino lejos de aquí. Entre otras gentes. Otros paisajes. Encontraré algún lugar para mí lejos de aquí. Sin bancos, sin basura ni ratas, sin borrachos. Miro fijamente el cigarrillo en mis manos. Sin cigarrillos. Miro las brasas del cigarrillo y las acerco al billete de veinte euros que recogí esa tarde en el metro. Mientras veo el billete arder lentamente, susurro afónico, ya solo en un hilo de voz: Sin dinero.

    En vano los hombres, amontonados por centenares y miles sobre una estrecha extensión, procuraban mutilar la tierra sobre la cual se apretujaban; en vano la cubrían de piedras a fin de que nada pudiese germinar en ella; en vano arrancaban todas las briznas de hierba y ensuciaban el aire con el carbón y el petróleo; en vano cortaban los árboles y ponían en fuga a los animales ya los pájaros; la primavera era la primavera, incluso en la ciudad. El sol calentaba, brotaba la hierba y verdeaba en todos los sitios donde no la habían arrancado, tanto en los céspedes de los jardines como entre las grietas del pavimento; los chopos, los álamos y los cerezos desplegaban sus brillantes y perfumadas hojas; los tilos hinchaban sus botones a punto de abrirse; las chovas, los gorriones y las palomas trabajaban gozosamente en sus nidos, y las moscas, calentadas por el sol, bordoneaban en las paredes.

    Todo estaba radiante. Únicamente los hombres, los adultos, continuaban atormentándose y tendiéndose trampas mutuamente. Consideraban que no era aquella mañana de primavera, aquella belleza divina del mundo creado para la felicidad de todos los seres vivientes, belleza que predisponía a la paz, a la unión y al amor, lo que era sagrado e importante; lo importante para ellos era imaginar el mayor número posible de medios para convertirse en amos los unos de los otros.

  2. #2
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    Supongo que mi historia, la historia de esta pole, debería tener una presentación. Pero quizás esa pretensión exigiría también el formalismo de una despedida. Y una despedida exige mucho más que una presentación. Y exigir rima tanto con vivir como con morir.

    El caso es que una idea purulaba por mi mente en la oscuridad en estos días. Y al ver este post se ha decidido a acercarse como una polilla a una farola. Supongo que también habría estado bien que vagase impasible por la noche sin conocer el hecho de que no hay frutos ni sabor en el cristal fosforescente. Pero también lo está saberlo. Quizás embriagarse de esos cabezazos entre farolas. Es un misterio lo que serán los cristales de las bombillas, invenciones humanas, para esos animales inventados por su cuenta. Quizás fuesen creadas para ser fascinadas.

    A veces, al mirar el destello de la luz, me parece percibir a mi mente brillando en el filamento. Mis ojos se imaginan un sin fin de formas que siempre acaban siendo la sinuosa figura de una mujer. Es pretenciosa, siempre viene. No sé si su insistencia es mía, suya, de ambos, o de los ojos, acostumbrados a encontrar en cada mirada de soslayo existencial una mujer al otro lado.

    El caso es que al cerrar los ojos no puedo escapar de ella, porque el daño a la retina ya está hecho. Y me planteo qué será de esas polillas que noche tras noche tienen que ir a la farola como quien va a al bar. Y me planteo por qué no voluntariamente una noche apagarlas; dejar que su turbación y su síndrome de abstinencia existan tanto como sus cabezazos.

    Esta es la primera vez que he pensado en las polillas para que fuesen las avionetas de mis ideas.

    Otras veces he pensado en las más nimias y generales ideas, sin ninguna concreción. Como: ¿es importante elegir entre ser esclavo o libre? ¿Un palo o un palo con una tela al final? ¿Podrían ser las preguntas un mecanismo que utiliza tan eficientemente el niño para relacionarse con sus padres que acaban éstos haciéndose preguntas sobre su vida y amargándose al no tener un padre que no sea demente o con Alzheimer que le responda? ¿Es esa desazón producto de no responder la pregunta, o estaba antes? ¿Es la vida, lo que llamamos vida, un ente negativo? ¿Importa que no sea positivo? ¿Acaso no acaba la negatividad por imponerse a la positividad en todas las relaciones de signos matemáticos? ¿Al estar triste, estoy más vivo que nunca? ¿Por qué enseñar que hay que buscar una felicidad cuando la felicidad, en base a lo expuesto, viene? ¿Por qué los pobres han vendido a los ricos sus conquistas de pobres transformándolas en riquezas en lugar de pobrezas? ¿Me volvería loco al ver un mundo en el que las riquezas fuesen pobrezas y las pobrezas, riquezas? ¿Me volvería loco al ser rico? ¿Malgastaría mi fortuna como esos que ganan la lotería?

    A veces me he pasado días enteros pensando en estas paradojas. Huyendo de encasillarme en ser un escéptico. No sé bien si por iniciativa propia o por un canon de belleza social. El caso es que si me paso días enteros pensando sobre ello, tiene que ser cierto. Es decir, soy todos y cada uno de esos planteamientos en forma de preguntas sin respuesta. Y quizás siguiese siéndolo al dar una respuesta. Pero eso es otra pregunta más sin responder.

    Y solamente en este punto entiendo lo que es el "Sistema". El Sistema es dar una respuesta. Abandonar esa retoricidad. Optar por una articulación, una dirección, y que siempre sea así. Tal y como el corazón o el cerebro que nunca dejan de latir, tener centrales eléctricas que no dejen de funcionar y deseos que no se dejen de saciar. Es elegir. Pero elegir rima tanto con morir como con vivir.

  3. #3
    ForoParalelo: Miembro Avatar de Fathiller
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    La mierda mejor cuanto más concentrada.

  4. #4
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    Cita Iniciado por Fathiller Ver mensaje
    El mensaje está oculto porque el usuario está en tu lista de ignorados.
    La mierda mejor cuanto más concentrada.
    Para los barrenderos o drogadictos. Para quienes tienen horror vacui, mejor llenando el espacio.

  5. #5
    Te meto una hostia asín! Avatar de Leonidas45
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    Joder menudo tocho jjajajaj he leído hasta "mejor"

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