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Coge el móvil de la mesilla y se pone a trastear. Sigue enfadado pero también está aburrido, no le apetece jugar a la videoconsola solo, eso es cosa de Toni. Si él estuviera allí quizás echarían una partida juntos. Los nombre de la agenda suben y baja, M busca aparentemente sin saber qué o a quién, pero finalmente en la pantalla brilla un nombre conocido. En su fuero interno sabe que lo ha buscado conscientemente, pero nunca lo admitiría. Ese nombre llevaba rondándole desde hacía un buen rato, quizás incluso desde que salió de la Facultad, o puede que incluso allí. Hasta ese momento había sido un capricho que rondaba los límites de su consciencia, pero ahora tiene que admitir para sí que lo que realmente le apetece es echar un polvo con Lorena.
La respuesta al mensaje no tarda en llegar, aunque M apenas si la ha esperado para empezar a vestirse. “Estoy en casa, pásate si te apetece” le ha escrito la chica, aunque decir chica es bastante aventurado, mujer sería el término más correcto. En cierta medida se siente mal por “usarla” (incluso en sus pensamientos la palabra aparece con comillas), pero al fin y al cabo, de ser tal sería un uso recíproco. No sería la primera vez que ella le llama para que se pase por su casa a media mañana por el simple hecho de que está aburrida. A decir verdad M aún no sabe exactamente a qué se dedica Lorena, nunca lo ha preguntado abiertamente, pero también es que le da igual. El acuerdo tácito al que han llegado excluye preguntar por la vida del otro, del mismo modo que excluye dormir juntos y tantas otras cosas. Pero incluye sexo sin compromiso en horario escolar, que es lo que ahora necesita el joven.
Cuando sale del edificio el taxi que ha encargado ya está esperando. La casa de Lorena está en la otra parte de la ciudad, y entre autobuses y con el calor que hace M llegaría sudado y pasada casi una hora. Rara vez el deseo resiste la espera bajo el sol en una parada de autobús. El trayecto en taxi tampoco es que sea rápido, el vehículo se toma sus buenos 20 minutos, pero al menos el aire acondicionado mantiene fresco el interior. Al otro lado de la ventanilla la ciudad cambia según atraviesan los barrios, y sobre ellos, siempre las colinas sembradas de casillas perenemente a medio construir.
Lorena vive en un barrio de clase media, lejos del centro, pero casi un pueblo en sí mismo. A veces M se pregunta cómo fue posible que se conocieran. Pese a que no pregunta por la vida de la mujer, tiene fundadas sospechas de que no se mueven ni por asomo en los mismos círculos. De hecho los famosos seis grados de separación podrían haberse quedado cortos en su caso si no la casualidad no lo hubiese llevado a una discoteca de las afueras hacía casi un año.
En cuanto el vehículo se detiene M salta de él y cruza la acera para entrar en el portal. Timbra y, sin preguntar, le abren desde dentro. Lorena vive en el primer piso, así que no se molesta en tomar el ascensor. Al alcanzar el rellano ella está en la puerta esperando, no es una belleza pero tiene una mirada inteligente, roza los cuarenta y está algo entrada en carnes, pero no se puede decir que esté gorda. Lorena sonríe al verlo llegar “te he visto desde la ventana, pasa” le dice mientras le cede el paso. Al cerrarse la puerta M la agarra por el culo y la besa. El pelo le huele productos de limpieza, no a champú, sino algo más químico que no consigue identificar.
- Tranquilo, el chico no llega hasta dentro de tres horas.
Pero M no se puede tranquilizar, como los perros de Paulov, su cuerpo anticipa lo que está por llegar y las hormonas se desbordan por su torrente sanguíneo. Toma a la mujer por la mano y se encamina al dormitorio. El piso es modesto, con muebles gastados por el uso, juguetes y libros infantiles por doquier, fotografías de desconocidos… pero limpio, luminoso, acogedor. M podría vivir ahí si el destino así lo quisiera. De repente Lorena se suelta y se planta en medio del pasillo. M se gira a mirarla. La mujer se suelta el pelo y los rizos oscuros le caen por la espalda y los hombros. A un paso atrás a la vez que se descalza las sandalias de un verde insultante. Lleva un vestido anchote de flores que le deja a la vista un escote generoso. Da otro paso hacia atrás, sin perder de vista a M y se saca el vestido por la cabeza, dejándolo caer en el suelo. Ahora solamente lleva unas bragas negras cuyos bordes están clareados por el uso. Sus pechos están al aire y en su vientre, algo caído, se notan las marcas de la maternidad. Con todo M no puede dejar de sentir el deseo y el ansia de tomarla y avanza un paso hacia ella.
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