Historia 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción y el Milagro de Empel

Buenas *********, recién vuelvo de un semiban calentito y como he estado ausente he aprovechado para escribir este tochamen sobre el día que acabamos de pasar. Hoy (o ayer más bien) ha sido 8 de diciembre, y como tal ha sido festivo. Cuando alguien le pregunta a otro por qué, éste le dirá que “es la Inmaculada Concepción” y se quedará tan pancho, seguro que vosotros os habéis visto en esta situación alguna vez. La verdad es que de todas las grandes festividades nacionales ésta es probablemente la más desconocida, y realmente no debería ser así, pues detrás de todo se esconde una historia digna de mención.





Empecemos preguntándonos quién o qué es la Inmaculada Concepción. Por decirlo de alguna manera, sería la creencia de que María, madre de Cristo, más allá de ser virgen también estaba libre de cualquier pecado. La doctrina de la Iglesia enseña que desde el pecado original de Adán y Eva la humanidad es pecadora con la excepción de Cristo. Aun así, desde bien temprano en los primeros tiempos del cristianismo, se proclamaba la santidad completa de María nacida ya libre de pecado. San Ireneo de Lyon, San Efrén de Siria, San Jerónimo de Estridón, San Agustín de Hipona... los padres de la Iglesia y ya antes los evangelistas en sus obras hacían referencia a ello. La fecha del 8 de septiembre coincidiría con el nacimiento de María. A partir de la conversión del Imperio al cristianismo mediante el edicto de Tesalónica por Teodosio (ilustre compatriota) en el 380, pronto se escampó por todo el Imperio Romano, especialmente en Oriente, de manera que en el siglo VIII ya se celebraba en todos los rincones del Imperio Bizantino la festividad mariana.


En España el culto a la Inmaculada Concepción siempre estuvo presente (ya desde época visigoda) y se adelantó siglos a la aceptación de la iglesia católica, cuando en el 1704 cuando se declaró festivo. Por ello Pío IX levantó una columna a la Inmaculada Concepción en la Plaza de España de Roma en 1854, cuando mediante la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre proclamó como dogma de fe católica la Concepción Inmaculada de la virgen María. Numerosos reyes medievales en España portaron el estandarte de la Inmaculada Concepción, y fue especialmente venerada por Carlos I y Felipe II y sus tercios, extremadamente religiosos y devotos. Felipe IV la proclamó finalmente fiesta nacional en 1644. Por su parte, los protestantes, nacidos en el seno del imperio de Carlos, nunca aceptaron entre otras muchas cosas este dogma, cosa que será cuanto menos interesante en el curso de los acontecimientos que vienen a continuación.





Ahora pasamos a otros menesteres y nos vamos al año 1585. En este momento la Monarquía Hispánica se halla en medio de la más costosa de todas guerras que libró: la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648). La guerra se desencadenó por varios motivos, el más conocido por cualquiera que controle el tema es el religioso, pues ya desde tiempos de Carlos I en los Países Bajos y en Alemania hubo problemas con la Reforma, pues en la Alemania de Carlos nació el cisma de la Iglesia Católica (si bien sus orígenes son anteriores al siglo XVI). Con Felipe II todo se agravó. A diferencia de su padre, Felipe era un rey 100% español, nacido y criado aquí y muy lejano ya de aquellas tierras de donde vino su progenitor. Al morir, Carlos dejó el Sacro Imperio en manos de su hermano Fernando y las Provincias de los Países Bajos a Felipe. Los príncipes de las Provincias no aceptaron que un rey católico que se hallaba tan lejos les gobernara y pronto estalló la rebelión.


La guerra empezó bien para los intereses españoles con la gran victoria de Jemmingen y otros éxitos, pero estaba lejos de acabar al desaprovechar Felipe la oportunidad que el Duque de Alba le ofreció en 1568 para acabar con el conflicto (ir hasta Flandes para mostrarse misericordioso ante sus súbditos). Alvárez de Toledo se vio obligado a actuar con dureza instaurando el Tribunal de los Tumultos, y por ello fue substituido en 1573 por Lluís de Requesens, a quien Felipe había ordenado encontrar una solución pues la impopularidad del Gran Duque no lo hacía propicio. Mas éste moriría en 1576 sin conseguir nada. Don Juan de Austria llegó como gobernador con la misma intención, pero tras el Saqueo de Amberes y la Pacificación de Gante (1576) se perdieron las últimas oportunidades de llegar a un acuerdo, y todas las provincias se unieron contra el Imperio. Don Juan de Austria perdió aquí la vida en plena campaña, en 1578, y fue substituido como gobernador por Alejandro Farnesio.


Farnesio se trajo consigo lo mejor de los tercios y los puso a cargo del Conde Carlos de Mansfelt, a quien ordenó socorrer poblaciones católicas en los Países Bajos que las pasaban canutas. Con ellos Mansfelt llegó hasta el río Mosa, en una zona al sur de los Países Bajos entre Rotterdam y Eindhoven. Mansfelt conquistó la isla de Bommel, entre el río Mosa (o Maas en hereje) y el Waal o Vaal mediante el tercio de Francisco Bobadilla, uno de sus maestres de campo, quien tomó posesión de la isla con 5000 infantes y se encargó de tomar también los diques de los ríos que impedían que la zona quedara inundada. Con ello, y dejando a Bobadilla y sus hombres al mando de la posición, Mansfelt avanzó hacia el norte. No obstante, los rebeldes herejes vieron en ello una oportunidad de infringir un gran daño al ejército español como no la habían tenido anteriormente, y decidieron poner cerco a la isla de Bommel con el plan de abrir los diques e inundar a los soldados que la guarnecían.


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Los rebeldes acudieron con navíos al mando de Filips van Hohenlohe-Neuenstein, conde de Holak. Tomaron los diques y después de liberar el agua sitiaron la pequeña isla de Bommel que había quedado casi por completo anegada, obligando a los españoles a retirarse al montecito de Empel. Allí resistieron los disparos de las tropas enemigas y de la artillería, acorralados, sin víveres ni ropa seca, entre el barro y la humedad y con el frío despiadado de diciembre en aquellas tierras. Tras aguantar los primeros envites, el día 7 de diciembre una embajada ofreció una rendición honrosa a los sitiados, a la cual Bobadilla respondió a la manera hispana, la manera de Numancia, de Tarifa, de Alhama, de Castelnuevo, de Rocroi, de Cartagena, de Zaragoza, de Baler... “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”





Ese mismo día, un soldado del tercio que cavaba una trinchera en la iglesia halló una tabla de madera flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción, un tesoro que había resistido oculto ahí y que apareció en el momento más propicio. El descubrimiento se produjo en la víspera de la festividad y en el tercio se interpretó como un signo de buen augurio y renovó las esperanzas de la tropa. Bobadilla arengó a sus soldados en plena adoración del hallazgo y se dirigió a ellos así: "¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?" "¡Sí, queremos! ¡Sí, queremos!" Con ello, se pactó que a la mañana siguiente del 8 de diciembre se entablaría la última batalla y se derramaría la última sangre.








Esa noche, la madrugada del 8 de diciembre, destinada a la carga decisiva, un viento gélido heló por completo las aguas del Mosa, quedando una superficie helada sobre la que se podría caminar. Los barcos holandeses, temiendo quedarse atascados en el hielo, desembarcaron en tierra firme y se refugiaron en el fuerte. Al amanecer los soldados del tercio cargaron contra el enemigo desprevenido, abandonando la isla y atravesando el río helado en dirección a los barcos holandeses. La combinación del factor sorpresa más la superioridad de los infantes españoles fue decisiva, y el tercio logró salir con vida de una trampa mortal en la que las esperanzas de sobrevivir eran nulas. Al día siguiente, 9 de diciembre, los soldados atacaron llevados por el mismo furor de Amberes el fuerte a la orilla del Mosa donde se habían refugiado los rebeldes y provocaron una desvandada en las tropas flamencas. El tercio de Bobadilla se había alzado con la victoria. De esta fecha nos queda una frase para el recuerdo que los rebeldes se repetían entre ellos incrédulos:"Dios es español". También otra del conde Holak que resume a la perfección la carga española y el sentimiento de aquellos pobres y aterrados Flanders: "cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos"


Aquel mismo día, la Inmaculada Concepción fue nombrada patrona de los Tercios de Flandes e Italia. Como he mencionado antes, Felipe IV hizo festivo este día en 1644, y varios siglos después, en 1892, fue declarada patrona de la Infantería Española a raíz de este suceso. Así pues, el 8 de diciembre no sólo celebramos la Inmaculada Concepción, sino también que realmente hace 430 años una simbiosis de casta guerrera y divina fortuna ocasionó una de los incontables proezas militares de la historia patria y que a razón de ello se asentó definitivamente este culto para conmemorar a la Inmaculada Concepción que socorrió a esos heroicos compatriotas nuestros.

Resumen

No hay resumen vagos, no he hecho este tocho para resumirlo luego en dos líneas.

(ploploploploploplo)