Por un segundo B no sabe qué hacer, cómo reaccionar. Finalmente deja el bolígrafo sobre la mesa y se decide a apartar la mano del descarado chico, pero cuando ya casi la roza, él la mueve ligeramente hacia abajo, llegando a tocar la piel desnuda que asoma bajo el pliegue de la falda con la yema de sus dedos, a la vez que realiza una ligera presión. La mano de B se queda congelada en el aire, mientras la del joven comienza el camino inverso, sube lentamente hacia la parte del muslo que limita con cadera. Al realizar este movimiento ha levantado la falda ligeramente, puede que menos de un centímetro, y cuando la mano del chico vuelve a descender, la tela corrige su posición. Una vez más los dedos del muchacho apenas rozan la piel de B, el resto de la mano permanece sobre la tela del vestido.
B vuelve a llevar su mano a la mesa y coge de nuevo el bolígrafo, mira de reojo una vez más al desconocido, pero este no parece percatarse de su mirada. Un ligero acaloramiento comienza a formarse en el pecho de B, nota como su estómago se contrae mientras siente el contacto del joven a través de la fina tela del vestido. Quizás sea la cerveza, quizás esté un poco borracha, quizás... Por su mente cruza un pensamiento veloz como un rayo, lo considera por unos instantes, le da vueltas en la mente como un niño daría vueltas a un caramelo en su boca, hacía acá, hacía allá. Finalmente se decide, y cuando lo hace nota que el rubor sube a sus mejillas. Vuelve a bajar la mano y aparta ligeramente la del chico, sólo un segundo, el tiempo suficiente para volver a posarla sobre su muslo desnudo y cubrirla con la falda del vestido.
El chico no se ha inmutado ante el cambio de situación. Pareciera que cuerpo y extremidad fueran dos entidades separadas que se ignoraran mutuamente. La mano de su vecino repite su camino hacia arriba y hacia abajo, aunque ahora se ha desplazado un poco hacia la cara interior del muslo. B respira profundamente, llenando sus pulmones de aire, más que una respiración al uso es un suspiro profundo. Ladea la cabeza y deja caer su pelo sobre el hombro izquierdo, creando una barrera entre ella y su amiga, inclina también un poco el cuerpo hacia adelante a la par de que retrasa las caderas y separa ligeramente las piernas. El toque del muchacho la está excitando y su cuerpo reacciona casi de manera automática.
Improvisadamente el chico empieza a centrar sus masajes en la parte superior del muslo y alarga el meñique, de tal modo que con él roza ligeramente la tela de su ropa interior. B sólo lleva un minúsculo tanga, no suele vestir nada más grande que ese pequeño triángulo de tela; duda por unos segundos si dejar otra vez el bolígrafo sobre la mesa y bajar el cordón de esa prenda íntima para permitir el acceso de la mano de vecino de asiento. Pero el chico parece haberle leído el pensamiento. Sin darse cuenta de cómo, el joven aparta la tela hacia un lado y deja su sexo al aire. Ahora el toque con el meñique se vuelve más intenso y unos ramalazos de placer suben por la espalda de B.
Un nuevo cambio de postura, B adelanta el cuerpo y se sienta sobre el borde mismo de la silla, abre las piernas todo lo que puede sin llegar a tocar a su vecina de la izquierda y deja que la mano del muchacho abarque todo su sexo. Nota cómo uno o dos dedos se deslizan por el borde de sus labios vaginales, cómo suben y bajan, cómo al subir rozan su clítoris. Respira fuertemente por la nariz, en aire entra y sale evitando la boca, pues B teme que si la abre, tan sólo un milímetro, para dejar escapar el aire, lo que salga de sus labios sean un gemido de placer. Ahora, ahora, ahora sucede, el desconocido acaba de introducir dos dedos dentro de B, ella abre los ojos desmesuradamente por la sorpresa y no puede evitar una inhalación más ruidosa en sus oídos de lo que en realidad es.