La fiesta de la luz estelar - Mereth Nuin Giliath

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    La fiesta de la luz estelar - Mereth Nuin Giliath





    Justo entonces, la piedra se salió de sus dedos, colándose entre los barrotes de la celda. Ya la daba por perdida, pero Tauriel se giró con rapidez y atrapó la piedra con su bota cuando casi rozaba el borde del pasillo de piedra. Kili se levantó algo serio, viendo como la elfa se agachaba a recogerla y la contemplaba a la luz entre sus dedos. Entonces se atrevió a preguntar, pues llevaba un rato escuchando música y voces que venían de los niveles superiores.

    - Tenéis una buena fiesta ahí montada, ¿no?

    Tauriel se volvió al escucharle, dedicándole una sonrisa amable, aún con la piedra rúnica en su mano.

    - Es la Mereth Nuin Giliath, la fiesta de la luz estelar.

    La elfa se apartó un par de pasos de la celda, mirando hacia el cielo, cubierto por los altos árboles de la ciudad.

    - Toda luz es sagrada para los Eldar, pero los elfos del bosque preferimos la luz de las estrellas.

    Kili no apartó los ojos de ella mientras la escuchaba, aunque nunca había considerado las estrellas como algo demasiado hermoso. Eran bonitas y brillantes, sí, pero demasiado apartadas y su brillo le resultaba frío, algo que le dijo a la elfa.

    - Siempre he creído que es una luz fría. Remota y distante.

    Tauriel se volvió, realmente sorprendida por la poca visión del enano, respondiéndole convencida.

    - Es memoria… Preciosa y pura.

    Dijo, acercándose a la celda de nuevo y tendiéndole la piedra con una amable sonrisa.

    - Como tu promesa.

    El joven enano la miró algo sorprendido antes de tomar la piedra de nuevo, rozando por un instante la mano de la elfa con la suya. Tenía la piel muy suave, pero había sido un contacto demasiado fugaz para lo que él hubiera querido. Sus ojos castaños no se apartaron de ella cuando Tauriel, aún dedicándole esa cálida sonrisa, continuó hablando con él, explicándole lo que ella pensaba de las estrellas.

    - He caminado bajo su manto, dejando atrás el bosque y alzándome en la noche. He visto el mundo desvanecerse, y la luz blanca por siempre bañar el cielo.

    Kili no pudo evitar que una sonrisa algo más soñadora se dibujase en su rostro al ver a la elfa hablar de esa manera, alejándose unos pasos de su celda y con la mirada hacia el cielo, con esa voz tan suave y dulce que parecía mezclarse como un susurro en el viento. Por momentos le pareció que ella misma era una de esas bellas estrellas de las que hablaba con tanta pasión.

    Sintió que acababa de compartir con él una opinión muy personal, así que quiso hacer lo mismo, contándole una de sus historias.

    - Una vez vi una luna de fuego.

    Tauriel se volvió al escuchar la voz del enano de nuevo, mirándole con curiosidad y volviendo a acercarse. Apenas notó que de nuevo ella le escuchaba, Kili continuó.

    - Sobre el desfiladero de las Tierras Brunas. Enorme, roja y dorada, bañaba el cielo.

    La elfa sintió de nuevo cierta intriga por la historia que él empezaba a contarle, así que decidió ponerse a su altura, como una igual, sentándose junto a la celda en unos escalones, prácticamente pegada a los barrotes. A esa altura, Kili se dio cuenta de que quedaba un poco más alto que ella, así que se quedó de pie, acentuándose su sonrisa con el gesto de ella y continuando con su historia.

  2. #2
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    - Escoltábamos a unos mercaderes desde Ered Luin, cambiaban plata por pieles. Íbamos hacia el sur, con la montaña a la izquierda. Y entonces apareció, una colosal luna de fuego iluminando nuestro camino.

    Tauriel sonrió al notar el entusiasmo del enano en su voz, mientras Kili, al ver la preciosa sonrisa de ella, se emocionó algo más con su historia, acercándose al extremo de su celda, para tener más cerca a la elfa.

    - Ojalá pudiera enseñarte las cavernas que hay bajo esas montañas.

    La elfa bajó la mirada por un momento, algo más tímida. Sentía como si los ojos castaños de aquel joven enano ardieran al mirarla con un fuego que no había visto antes en nadie, pero que le hacía sentir cierta calidez en su pecho. La forma en que él hablaba era como si fueran amigos, como si fuera una más de ellos a quien le contase sus aventuras y como si realmente tuviese alguna vez la oportunidad de ver mundo con ella, de enseñarle los lugares que había visitado.

    - Nunca he salido del bosque, no desde que era niña y tampoco viajé demasiado. Pero no podría viajar con alguien de quien ni siquiera conozco su nombre.

    Dijo Tauriel, con una sonrisa algo más intencionada, como si fuese un intento de pregunta. Kili sonrió más abiertamente, orgulloso de que ella pareciera realmente interesada en saber más de él.

    - Me llamo Kili. ¿Y tú? Me has salvado la vida en el bosque y tampoco sé tu nombre. Gracias por ello, por cierto.

    Comentó el enano, sorprendiendo en parte a la elfa. No lo había hecho por nada en especial, pero ahora que empezaba a conocerle, se alegraba de haberlo hecho.

    - Es mi deber proteger a los viajeros en mis tierras como capitán de la guardia. Las decisiones al respecto después son cosa de mi rey.

    Le quitó importancia, añadiendo entonces con una sonrisa más cálida y amable.

    - Me llamo Tauriel.

    Kili grabó su nombre en su memoria, repitiéndolo como si prácticamente lo saborease.

    - Tauriel… Es precioso.

    La elfa acentuó ligeramente su sonrisa, bajando la mirada de nuevo, con cierta timidez, y tras unos segundos volvió a fijar sus ojos en los castaños del joven enano. Sí que era distinto a lo que había imaginado.

    Por su parte Kili contempló por un momento los ojos de Tauriel, en un tono verde suave mezclado con pequeños reflejos castaños, como las hojas de un árbol a la entrada del otoño. No podía creerse su suerte, con esa preciosa elfa a su lado, escuchando sus historias y hablando con él como si fuese su igual. Definitivamente era distinta a los elfos de los que le habían hablado.

    Y mientras la extraña pareja conversaba, en la celda de al lado, Fili se mantenía pegado a la pared, escuchando un tanto extrañado. Había estado atento desde el inicio de la conversación de su hermano con la elfa y no podía dar crédito.

    Parecía como si ella realmente estuviese hablando con Kili como con un amigo más, sin importarle que fuese un enano preso de su rey y ella una elfa. Quizá su tío Thorin estaba equivocado y no todos los elfos eran iguales.

    Legolas miró al cielo, a las escasas estrellas que se veían desde el salón del reino del bosque, cubiertas en su mayoría por los árboles. Solo trepando a sus copas podía contemplarse un cielo estrellado en su totalidad, algo que hacía con Tauriel a menudo, cuando les tocaba inspeccionar los terrenos alrededor de la ciudad. Pero esa noche no había patrullas, pues se celebraba la fiesta de las estrellas.

    Como príncipe su lugar estaba al lado del rey, al menos en los inicios de los festejos, pero tras un par de horas empezaba a extrañar una presencia, la de su mejor amiga. No había visto a la elfa desde que se habían separado en las mazmorras, tras encerrar a los enanos, pero se quedó pensando en el motivo de que ese joven enano le hubiera molestado tanto. La forma en que había mirado a Tauriel le resultaba repugnante, como si esa criatura fea y desgarbada pudiera aspirar a provocarle el menor interés a su amiga, como si estuviera a su altura… De hecho estaba dos cabezas por debajo. Su propio pensamiento le sacó una fugaz sonrisa de superioridad, pensando en lo literal que se veía esa afirmación, ya que cualquiera de esos enanos era bastante más corto de estatura que la elfa. Estaba claro que su amiga no se fijaría jamás en un enano, pero algo dentro de él empezaba a plantearse que quizá ya no veía a Tauriel como a una simple amiga.

    Pasaban mucho tiempo juntos desde que ella era niña, él mismo la había enseñado en ocasiones a pelear, como en caso del manejo de las dagas, e incluso entrenaban juntos y pasaban mucho tiempo el uno con el otro, ya fuera patrullando por los alrededores o simplemente sentándose en lo alto de los árboles a contemplar las estrellas… pero Tauriel había cambiado en los últimos años. Se había convertido en toda una mujer, alta, esbelta y preciosa, una hermosa elfa que, pese a pasarse el tiempo combatiendo junto a guerreros elfos, era elegante y femenina. En algún momento y no sabía en cual, Legolas había dejado de verla como una compañera para empezar a verla como mujer. Y por alguna razón, la forma en que ese enano la miraba, como si otro hombre, si es que se le podía llamar así, hubiera visto en ella lo mismo que él, hacía que se le revolviese el estómago.

    Había pensado en hablar con ella. Siempre habían sido amigos, y quizá un inocente paseo bajo las estrellas esa noche no era algo que pudiera rechazarle. Entonces, si consideraba la ocasión propicia, podría decidirse a decirle algo y comprobar si ella también había cambiado su forma de verlo.

    Durante el tiempo que llevaba en la fiesta había estado fijándose por si aparecía, pero no lo hizo. En su lugar, cuando empezó a pasearse por las mesas, se encontró con el elfo a quien le tocaba guardia esa noche.

    Extrañado se acercó a él, dándole un toque en el hombro para que pasase su atención de su copa de vino a su príncipe.

    - ¿Y Tauriel? Pensaba que te tocaba guardia esta noche.

    El elfo se sobresaltó por un momento, volviéndose y haciendo una leve reverencia a su príncipe.

    - Mi señor, ella bajó hace un rato a relevarme. Dijo que subiese a divertirme, que ella se ocuparía de la guardia.

    Legolas asintió y dejó al elfo tranquilo. Su amiga siempre había sido muy amable con los soldados y, sabiendo que no era muy dada a las reuniones sociales, quizá había preferido quedarse sola en el cuarto de las llaves que formar parte de las celebraciones en el salón principal. No era el paseo bajo las estrellas que tenía en mente, pero al menos le haría compañía y tomarían juntos una copa de vino.

    Con una decidida sonrisa, el apuesto príncipe elfo se disculpó con su padre y los invitados más allegados y se dirigió a las mazmorras, apurando el paso apenas se alejó de la fiesta.

    Estaba a punto de llegar, entrando por los niveles superiores, cuando escuchó la dulce y musical risa de su amiga. Eso le detuvo en seco, manteniéndose un par de niveles por encima y acercándose al borde. Al bajar la vista, notó que su cuerpo se tensaba por la rabia y su sonrisa se convirtió en una mueca de desprecio, al contemplar a Tauriel sentada en la escalera, riendo junto a la celda de ese joven enano.

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