Iniciado por
P.pica
.
Diccionario (interpretación propia)
- Crear/creador: apología al camino hacia el superhombre
- Superhombre: hombre digno, aún por aparecer
- Noble: hombre que se exige a sí mismo, ¿paso anterior al superhombre?
- Ociosos: los que viven por el placer y la distracción, los que no se esfuerzan, ¿parecido a superfluos?
- Superfluos: los que no ven más allá, los simples.
PRIMERA PARTE
De las cátedras de la virtud
¡Sentid respeto y pudor ante el dormir! ¡Eso es lo primero! ¡Y evitad a todos los que duermen mal y están desvelados por la noche!
Incluso el ladrón siente pudor ante el dormir: siempre roba a hurtadillas y en silencio por la noche. En cambio el vigilante nocturno carece de pudor, sin pudor alguno vagabundea con su trompeta.
Dormir no es arte pequeño: se necesita, para ello, estar desvelado el día entero.
Diez veces tienes que superarte a ti mismo durante el día: esto produce una fatiga buena y es adormidera del alma.
Diez veces tienes que volver a reconciliarte a ti contigo mismo; pues la superación es amargura, y mal duerme el que no se ha reconciliado.
Diez verdades tienes que encontrar durante el día: de otro modo, sigues buscando la verdad durante la noche, y tu alma ha quedado hambrienta.
Diez veces tienes que reír durante el día, y regocijarte: de lo contrario, el estómago, ese padre de la tribulación, te molesta en la noche.
Pocos saben esto: pero es necesario tener todas las virtudes para dormir bien.
[...]
Y aunque se tengan todas las virtudes, es necesario entender aún de una cosa: de mandar a dormir a tiempo a las virtudes mismas.
Del pálido delincuente
Mirad, el pálido delincuente ha inclinado la cabeza: en sus ojos habla el gran desprecio.
«Mi yo es algo que debe ser superado: mi yo es para mí el gran desprecio del hombre»: así dicen esos ojos.
El haberse juzgado a sí mismo constituyó su instante supremo: ¡no dejéis que el excelso recaiga en su bajeza!
No hay redención alguna para quien sufre tanto de sí mismo, excepto la muerte rápida.
Vuestro matar, jueces, debe ser compasión y no venganza. ¡Y mientras matáis, cuidad de que vosotros mismos justifiquéis la vida!
No basta con que os reconciliéis con aquel a quien matáis. Vuestra tristeza sea amor al superhombre: ¡así justificáis vuestro seguir viviendo!
«Enemigo» debéis decir, pero no «bellaco»; «enfermo» debéis decir, pero no «bribón»; «tonto» debéis decir, pero no «pecador».
Y tú, rojo juez, si alguna vez dijeses en voz alta todo lo que has hecho con el pensamiento: todo el mundo gritaría: «¡Fuera esa inmundicia y ese gusano venenoso!»
Pero una cosa es el pensamiento, otra la acción, y otra la imagen de la acción. La rueda del motivo no gira entre ellas. Una imagen puso pálido a ese pálido hombre. Cuando realizó su acción él estaba a la altura de ella: mas no soportó la imagen de su acción, una vez cometida ésta.
Desde aquel momento, pues, se vio siempre como autor de una sola acción.
[...]
¡Oíd, jueces! Existe todavía otra demencia: la de antes de la acción. ¡Ay, no me habéis penetrado bastante profundamente en esa alma!
Así habla el rojo juez: «¿por qué este delincuente asesinó? Quería robar». Mas yo os digo: su alma quería sangre, no robo: ¡él estaba sediento de la felicidad del cuchillo!
Pero su pobre razón no comprendía esa demencia y le persuadió. «¡Qué importa la sangre!, dijo; ¿no quieres al menos cometer también un robo? ¿Tomarte una venganza?»
Y él escuchó a su pobre razón: como plomo pesaba el discurso de ella sobre él, - entonces robó, al asesinar. No quería avergonzarse de su demencia.
Del leer y el escribir
De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu.
No es cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen.
[...]
En las montañas el camino más corto es el que va de cumbre a cumbre: mas para ello tienes que tener piernas largas. Cumbres deben ser las sentencias: y aquellos a quienes se habla, hombres altos y robustos.
De las mil metas y de la «única» meta
Muchos países ha visto Zaratustra, y muchos pueblos: así ha descubierto el bien y el mal de muchos pueblos. Ningún poder mayor ha encontrado Zaratustra en la tierra que las palabras bueno y malvado.
Ningún pueblo podría vivir sin antes realizar valoraciones; mas si quiere conservarse, no le es lícito valorar como valora el vecino.
Muchas cosas que este pueblo llamó buenas son para aquel otro afrenta y vergüenza: esto es lo que yo he encontrado. Muchas cosas que eran llamadas aquí malvadas las encontré allí adornadas con honores de púrpura.
Jamás un vecino ha entendido al otro: siempre su alma se asombraba de la demencia y de la maldad del vecino.
Una tabla de valores está suspendida sobre cada pueblo. Mira, es la tabla de sus superaciones; mira, es la voz de su voluntad de poder.
[...]
«Siempre debes ser tú el primero y aventajar a los otros: a nadie, excepto al amigo, debe amar tu alma celosa» - esto provocaba estremecimientos en el alma de un griego: y con ello siguió la senda de su grandeza.
«Honrar padre y madre y ser dóciles para con ellos hasta la raíz del alma»: ésta fue la tabla de la superación que otro pueblo suspendió por encima de sí, y con ello se hizo poderoso y eterno.
«Guardar fidelidad y dar por ella el honor y la sangre aun por causas malvadas y peligrosas»: con esta enseñanza se domeñó a sí mismo otro pueblo y domeñándose de ese modo quedó pesadamente grávido de grandes esperanzas.
[...]
Para conservarse, el hombre empezó implantando valores en las cosas, - ¡él fue el primero en crear un sentido a las cosas, un sentido humano! Por ello se llama «hombre», es decir: el que realiza valoraciones.
Valorar es crear: ¡oídlo, creadores! El valorar mismo es el tesoro y la joya de todas las cosas valoradas.
Sólo por el valorar existe el valor: y sin el valorar estaría vacía la nuez de la existencia. ¡Oídlo, creadores!
Cambio de los valores - es cambio de los creadores. Siempre aniquila el que tiene que ser un creador.
Del camino del creador
[...]
¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios!
Un hereje serás para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío y un malvado.
Tienes que querer quemarte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si antes no te hubieses convertido en ceniza!
Solitario, tú recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios!
Solitario, tú recorres el camino del amante: te amas a ti mismo y por ello te desprecias como sólo los amantes saben despreciar.
¡El amante quiere crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba!
Vete a tu soledad con tu amor y con tu crear, hermano mío; sólo más tarde te seguirá la justicia cojeando.
Vete con tus lágrimas a tu soledad, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo y por ello perece.
De viejecillas y de jovencillas
[...]
Cuando hoy recorría solo mi camino, a la hora en que el sol se pone, me encontré con una viejecilla, la cual habló así a mi alma: «Muchas cosas nos ha dicho Zaratustra también a nosotras las mujeres, pero nunca nos ha hablado sobre la mujer».
Y yo le repliqué: «Sobre la mujer se debe hablar tan sólo a varones».
«Háblame también a mí acerca de la mujer, dijo ella; soy bastante vieja para volver a olvidarlo enseguida.»
Y yo accedí al ruego de la viejecilla y le hablé así:
Todo en la mujer es un enigma, y todo en la mujer tiene una única solución: se llama embarazo.
El varón es para la mujer un medio: la finalidad es siempre el hijo. ¿Pero qué es la mujer para el varón?
Dos cosas quiere el varón auténtico: peligro y juego. Por ello quiere él a la mujer, que es el más peligroso de los juguetes.
El varón debe ser educado para la guerra, y la mujer, para la recreación del guerrero: todo lo demás es tontería.
Los frutos demasiado dulces - al guerrero no le gustan. Por ello le gusta la mujer: amarga es incluso la más dulce de las mujeres.
[...]
¡Que vuestro honor esté en vuestro amor! Por lo demás, poco entiende de honor la mujer. Pero sea vuestro honor amar siempre más de lo que sois amadas y no ser nunca las segundas.
Tema el varón a la mujer cuando ésta ama: entonces realiza ella todos los sacrificios, y todo lo demás lo considera carente de valor.
Tema el varón a la mujer cuando ésta odia: pues en el fondo del alma el varón es tan sólo malvado, pero la mujer es allí mala.
¿A quién odia más la mujer? - Así le dijo el hierro al imán: «A ti es a lo que más odio, porque atraes, pero no eres bastante fuerte para retener».
La felicidad del varón se llama: yo quiero. La felicidad de la mujer se llama: él quiere.
«¡Mira, justo ahora se ha vuelto perfecto el mundo!» - así piensa toda mujer cuando obedece desde la plenitud del amor.
Y la mujer tiene que obedecer y tiene que encontrar una profundidad para su superficie. Superficie es el ánimo de la mujer, una móvil piel tempestuosa sobre aguas poco profundas.
Pero el ánimo del varón es profundo, su corriente ruge en cavernas subterráneas: la mujer presiente su fuerza, mas no la comprende.
Entonces me replicó la viejecilla: «Muchas gentilezas acaba de decir Zaratustra, y sobre todo para quienes son bastante jóvenes para ellas.
¡Es extraño, Zaratustra conoce poco a las mujeres, y, sin embargo, tiene razón sobre ellas! ¿Ocurre esto acaso porque para la mujer nada es imposible?*
¡Y ahora toma, en agradecimiento, una pequeña verdad! ¡Yo soy bastante vieja para ella!
Envuélvela bien y tápale la boca: de lo contrario grita a voz en cuello esta pequeña verdad.»
«¡Dame, mujer, tu pequeña verdad!», dije yo. Y así habló la viejecilla: «¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!»
*Guiño a un fragmento del Evangelio, donde una mujer da a luz en su vejez.
Del hijo y del matrimonio
Tengo una pregunta para ti solo, hermano mío: como una sonda lanzo esta pregunta a tu alma, para saber lo profunda que es. Tú eres joven y deseas para ti hijos y matrimonio. Pero yo te pregunto: ¿eres un hombre al que le sea lícito desear para sí un hijo?
¿Eres tú el victorioso, el domeñador de ti mismo, el soberano de los sentidos, el señor de tus virtudes? Así te pregunto. ¿O hablan en tu deseo el animal y la necesidad? ¿O la soledad? ¿O la insatisfacción contigo mismo?
Yo quiero que tu victoria y tu libertad anhelen un hijo. Monumentos vivientes debes erigir a tu victoria y a tu liberación Por encima de ti debes construir. Pero antes tienes que estar construido tú mismo, cuadrado de cuerpo y de alma.
¡No debes propagarte sólo al mismo nivel, sino hacia arriba! ¡Ayúdete para ello el jardín del matrimonio!
Un cuerpo más elevado debes crear, un primer movimiento, una rueda que gire por sí misma, - un creador debes tú crear.
[...]
Digno me parecía a mí ese varón, y maduro para el sentido de la tierra: mas cuando vi a su mujer, la tierra me pareció una casa de insensatos.
Sí, yo quisiera que la tierra temblase en convulsiones cuando un santo y una gansa se aparean.
[...]
E incluso vuestro mejor amor no es más que un símbolo extático y un dolorido ardor. Es una antorcha que debe iluminaros hacia caminos más elevados. ¡Por encima de vosotros mismos debéis amar alguna vez! ¡Por ello, aprended primero a amar! Y para ello tenéis que beber el amargo cáliz de vuestro amor.
Amargura hay en el cáliz incluso del mejor amor: ¡por eso produce anhelo del superhombre, por eso te da sed a ti, creador!
Sed para el creador, flecha y anhelo hacia el superhombre: di, hermano mío, ¿es ésta tu voluntad de matrimonio? Santos son entonces para mí tal voluntad y tal matrimonio.
De la muerte libre
Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina: «¡Muere a tiempo!»
Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra enseña.
En verdad, quien no vive nunca a tiempo, ¿cómo va a morir a tiempo? ¡Ojalá no hubiera nacido jamás! - Esto es lo que aconsejo a los superfluos.
[...]
Yo os elogio mi muerte, la muerte libre, que viene a mí porque yo quiero.
¿Y cuándo querré? - Quien tiene una meta y un heredero quiere la muerte en el momento justo para la meta y para el heredero.
Y por respeto a la meta y al heredero ya no colgará coronas marchitas en el santuario de la vida.
SEGUNDA PARTE
De los compasivos
Amigos míos, han llegado unas palabras de mofa hasta vuestro amigo: «¡Ved a Zaratustra! ¿No camina entre nosotros como si fuésemos animales?»
Pero está mejor dicho así: «¡El que conoce camina entre los hombres como entre animales que son!».
Mas, para el que conoce, el hombre mismo se llama: el animal que tiene mejillas rojas.
¿Cómo le ha ocurrido eso? ¿No es porque ha tenido que avergonzarse con demasiada frecuencia?
¡Oh, amigos míos! Así habla el que conoce: Vergüenza, vergüenza, vergüenza - ¡ésa es la historia del hombre!
Y por ello el noble se ordena a sí mismo no causar vergüenza: se exige a sí mismo tener pudor ante todo lo que sufre.
En verdad, yo no soporto a ésos, a los misericordiosos que son bienaventurados en su compasión: les falta demasiado el pudor.
[...]
Es difícil vivir con hombres, porque callar es muy difícil.
Y con quien más inicuos somos no es con aquel que nos repugna, sino con quien nada en absoluto nos importa.
Si tú tienes, sin embargo, un amigo que sufre, sé para su sufrimiento un lugar de descanso, mas, por así decirlo, un lecho duro, un lecho de campaña: así es como más útil le serás.
Y si un amigo te hace mal, di: «Te perdono lo que me has hecho a mí; pero el que te hayas hecho eso a ti - ¡cómo podría yo perdonarlo!»
Así habla todo amor grande: él supera incluso el perdón y la compasión.
Debemos sujetar nuestro corazón; pues si lo dejamos ir, ¡qué pronto se nos va entonces la cabeza!
Ay, ¿en qué lugar del mundo se han cometido tonterías mayores que entre los compasivos? iY qué cosa en el mundo ha provocado más sufrimiento que las tonterías de los compasivos?
¡Ay de todos aquellos que aman y que no tienen todavía una altura que esté por encima de su compasión!
[...]
Mas recordad también esta frase: todo gran amor está por encima incluso de toda su compasión: pues él quiere además - ¡crear lo amado!
Hilo personal en obras.