hijo de perra no me lo voy a leer
corría yo por mis diecipocos años de edad cuando un dia caluroso de esos primaverales que te saltas las putas clases para deambular soñando con meterla, y sin un puto duro ( " duro" = los pavos de entonces) para hacerlo realidad, cuando de repente por una zona poligonera, de cuyo nombre no me quiero acordar, encontré un ejemplar interesante. Una septuagenaria con carnes de esas que todavía tienen papo y mamorras aprovechables aunque caídas y flácidas estuviesen. Que por aquellos años de juventud me la ponían dura y sin problemas de comerme carne pasada de hembra como si del mejor de los manjares se tratase.
Dicho y hecho, ya tenía mi experiencia de caza mayor como tocaculos de gordas y exhibicionista pajillero ante treintaañeras asustadas. Que por aquellos años de los ochenta todavía las mujeres eran mujeres y tenían temor de polla. La seguí con el pene duro, la lengua bebiendo aire para compensar la mala respiración por el jadeo de la salidera y la mirada gacha y torcida como la del perro malo que sabe que va a atacar.
" ¿ Quieres follar?". Así de sencillo y con las palpitaciones en el nabo y cara de salido. A lo que la muy puta respondió con un aceleramiento del paso en dirección opuesta. Bueno, no quiere y tal. Pensé que el tema no merecía más y me dí el piro. Y entonces sucedió. Al llegar a la parada cercana había una nutrida representación de como veinte vecinos heterogéneos ( hombres, mujeres, adultos, jóvenes) plantados con cara de desaprobación. Por lo visto por la zona había actuado con anterioridad un violador. Pero qué coño tenía yo que ver con eso. Si no era más que un inocente pajillero salido y sin el vil metal para compensar.
Afortunadamente la cosa terminó bien. Porque tan sólo se molestaron en que uno de ellos se metiera en el mismo autobús que yo. Como para seguirme. Lo calé enseguida porque se me dá bien percibir esos detalles. El tipo se bajó en la misma parada que yo. Pero bastó con que me encaminara hacia él para que saliera rápido en dirección opuesta.
Cabreado por lo sucedido y sin recompensa sexual alguna, me dirigí a mi casa ( sí, era tan degenerado que dormía bajo techo) agarré unas bragas de una vecinita adolescente que vivía en el mismo edificio y... ¡ genial! ¡ tenía un genuino " pelo de coño"!. Qué fantástico estirar su rizo entre mis dedos. Lamerlo con la lengua. Meterlo por mi prepucio cual sonda clínica. Frotarlo contra mi glande. El resultado, entre la calentura de la septuagenaria gorda y el fetichismo de bragas de la vecina, fué una buena lefada o bace ( nada que ver con las putas cuatrogotas de ahora). Pero fuí buena gente y devolví las bragas a su lugar en el cordel con sus pinzas de colgar originales
Mi conclusión entonces fué sencilla: Si quería disfrutar tenía que contravenir las normas. Lo que junto con otras experiencias me convirtió en el putero feliz que años después fuí. La mejor inversión de mi vida han sido las putas. La peor, tener amigas que han follado poco o nada.
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