Plataforma Cuentos de La Montaña.

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    Cuentos de La Montaña.

    Como iniciativa para ayudar a @Elvemon a dormir. Si, de paso, salen cántabros de debajo de las piedras y esto crece, pues, creció.

  2. #2
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    habeis oido hablar de los ojancanos, yo he tenido disputas con ellos

  3. #3
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    habeis oido hablar de los ojancanos, yo he tenido disputas con ellos
    Estás ante un experto en Mitología de Cantabria.

  4. #4
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  5. #5
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    y de los gigantes barbudos has oido hablar? D:

  6. #6
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    y de los gigantes barbudos has oido hablar? D:
    Como el basajaun y el tártalo vascos a la vez, según recuerdo.

  7. #7
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    Putos paganos de los cojones.

    Os romanizaba a palazos

  8. #8
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    El pueblo de Jedo.

    QUÉ ES JEDO Y DÓNDE SE ENCUENTRA.
    Es un verde valle del límite nor-oriental del Pas. Una población como cualquier otra. La iglesia se encuentra bastante apartada de una casería que cierra al pueblo, en un alto llano y amplio, muy amplio, con dos hayas centenarias, junto al cementerio y un pequeño roquedal sobre el que solían sentarse los jóvenes enamorados para admirar la belleza de la patria, cuando la Montaña llana aún bullía de vida; al otro extremo, la pendiente se encuentra totalmente poblada por hayas de menor envergadura, también son viejas, pero más delgadas, de aspecto un tanto frágil y no adquieren un grosor saludable hasta llegar al pie de la colina, desde donde un bosque se extiende hasta el regato, conformando todo el conjunto el parque de juegos predilecto para los niñucus.


    EL CRECIMIENTO. SIGLOS XVII-XIX.
    Hasta mediados del siglo XVII, la aldeúca se mantuvo inalterada. No existían muchas de las caserías actuales, y el entorno de la iglesia era aún más agreste, con un fuerte bosque que sólo se dejaba domeñar, en parte, por un caminito que juntaba dos cabañas con el recinto sagrado y la fuente que en su día hubo a la entrada principal del templo. El siglo XVII, para bien de las gentes del lugar, lo iba a cambiar todo: La Cavada prodigaba su férrea gloria carbonatada a las armadas de España, y comenzaba a nutrirse de los bosques todos, Liérganes y Riotuerto crecían y se enriquecían, de qué manera; Potrañes de Guarnizo, igualmente, cooperaba en ese ansia viva de devorar la madera de la Tierruca entera, dando no menos gloria a las santas armadas. La madera santanderina era el sagrado alimento que insuflaba vida a la Marina.

    En un primer momento, supuso unas mayores ventas del buen queso de oveja pasiega, a mejor precio, por supuesto. Se sucedieron los años buenos para este pueblucu ganadero, con mayores cabezas de ganado, y el dinero de los vecinos trabajadores que se habían desplazado a Liérganes, Riotuerto y Guarnizo, fluyendo hacia los primigenios solares de aquellos montañeses. Las pocas caserías existentes se ampliaron y varias cabañas se derribaron para dar lugar a nuevas caserías de dos plantas, algunas familias del interior del Pas subieron, acercándose al amor de la lumbre que nacía en la Cavada e irradiaba su cálido pálpito sobre ambas comarcas hermanas.

    Las noticias para el XVIII, aún eran mejores. Los bosques de la bella Trasmiera no daban abasto, el Pas iba a conocer dos dichas nuevas, comenzando por una básica y primera: La Armada necesitaba de sus hayedos. Si bien los beneficios de la propia materia prima no revirtieron en sus gentes, la propia explotación recayó sobre sus hombros, así como el transporte. Todos los árboles pasaron a ser propiedad de la Armada, talarlos sin otro fin que el de saciar los hornos de la Cavada, se penaría gravemente (con penas mínimas de destierro), y así fue que el camino que ya unía más caserías con iglesia y fuente, comenzó a ser más ancho y ya quedó desprovisto de arbórea sombra. Paulatinamente, para facilidad del transporte de la madera, y para alegría de las gentes del lugar, el camino fue empedrándose y ampliándose con nuevos tramos que dirigían a la Roma industrial del norte de las Españas. Como curiosidad, es de obligado cumplimiento decir que las dos hayas que hoy se encuentran en el alto de la iglesia, fueron plantadas junto a otras cinco en la década de 1750, en un momento de tala masiva, a instancias de don Miguel de la Moyueda, párroco de Santayana de Jedo, en un pulso con la Armada, con la intención de dejar claro que las propiedades de la Iglesia, materias primas incluidas, sólo responden ante los designios de los representantes de Dios en la Tierra.

    La Cavada y el astillero continuaron su labor de manera incansable. Potrañes varió su nombre al Astillero y llegó a ser mayor que la propia Guarnizo, erigiéndose en ayuntamiento independiente en 1793: El Astillero. Era el comienzo de la bajada que sucede a toda subida, dejándonos este bello poblado costero como vestigio de una época dorada para las comarcas orientales de Santander. En el Pas nor-oriental, la transformación iniciada por la deforestación y el empedrado de los caminos, continuó en menor medida, apagándose poco a poco hasta el cese de la actividad fabril de la Cavada, 1835, en plena guerra civil, debido a una serie de desafortunados reveses de consideración que se sucedieron en un lapso de tiempo muy corto. Unos pocos paisanos decidieron hacer las Américas, como buenos adelantados a su tiempo, pero fueron los menos, aunque este hecho supondría la existencia de la única mansión indiana en el pueblo, construida en 1869 por Galo de la Bárcena, con escudo y todo, copiado de la familia de la Hoz, con la que se suponía emparentado.


    ESTANCAMIENTO. SIGLOS XIX-XX.
    No obstante, y volviendo la vista a nuestra aldea, aún faltaba por llegar una segunda dicha, coletazo final para nuestro pueblo en cuestión, si bien se hizo esperar. Los antaño robustos bosques habían dado paso a vastos pastos que fueron aprovechados con la ampliación del tamaño de los rebaños, el empleo de más ovejas y más rojinas. Cuando el pueblo, que llevaba siglos a la sombra de la Cavada, comprendió que la labor desempeñada llegaba a su fin, vio en la buena rojina pasiega a la bendita salvadora de las buenas gentes de la Montaña llana, el nuevo sustento de su economía, que ya no sería igual de boyante. Al igual que Sicilia fue un día granero de Roma, el Pas se tornó alma máter de España entera, amamantando la piel del toro con su leche montañesa, desde el Atlántico hasta Madrid. En este estado de semidecadencia, el pueblo vería una nueva guerra civil y unos años convulsos, agitados, antes de dar la bienvenida al siglo XX. La demanda láctea sobrepasaba la oferta para unos recursos limitados, cuando la frisona, que aún hoy pace en estos verdes valles de Cantabria, llegó para quedarse, frisando la treintena, este nuevo siglo.

    Así, este pequeño pueblo, como tantos otros de la Montaña, se mantuvo estable, esparciendo los excedentes de la población, a través de los siete mares, por mil ciudades y diez mil valles: las minas de Camargo, en Cantabria, tuvieron trabajador pasiego, las minas de Gallarta y la Arboleda, en la vecina Vizcaya, también; las navieras de Vigo, Gijón, Astillero, Santurce, Sestao, Bilbao y Pasajes, tuvieron savia montañesa; las siderurgias norteñas, así como las flotas pesqueras, también se nutrieron de gallardos cántabros, que murieron alejados de la provincia de Santander en tantos casos. Allá, en las remotas tierras de Arizona, de Australia, de Alemania, de Rusia, de la Guinea española, de Argentina, del Brasil... cuántos jóvenes se volvieron viejos, mirando a un mar, a unos bosques y a unas montañas extrañas, como buscando algo que les faltaba y cuyo regusto nunca sacaron de sus bocas, porque el sabor de la Tierruca no se apaga, deja posos que afectan el alma, y con la brisa húmeda que a veces sopla en esa tierra extraña, los hijos de los pastores cierran los ojos y levantan la cara, para sentir cómo las gotas de la lluvia se confunden con las silenciosas lágrimas, en un viejo recuerdo de la patria que los llama.


    DECADENCIA Y MUERTE. SIGLOS XX-XXI.
    Pasaron los años y murió aquel siglo XX. Cantabria había cambiado, los pueblos grandes habían menguado, los más pequeños, ahora estaban deshabitados. Pero nuestro pueblo, ni grande ni pequeño, mediano, había quedado a medio camino entre la autosuficiencia y el abandono. Dos caserías del núcleo mantienen unas pocas cabezas de ganado rojino y el resto de gentes trabajan fuera y mantienen pequeñas huertas y unas pocas gallinas, aún queda alguna oveja.
    La casa de don Galo ya no está habitada y sólo se abre en verano, para acoger a una alegre turbamulta que llega desde Madrid y desde Segovia cada año... son los retoños del viejo árbol de los Bárcena, que, en su mayor parte, hoy llevan unos apellidos extraños (Carmona, Duero, Gallego...). Tres de las tantas caserías que se levantaran durante los siglos XVII y XVIII ni siquiera han dejado un mísero pedrusco que indique el lugar en que se plantaron. Cuatro fueron tiradas parcial o enteramente y sustituidas por viviendas de aspecto decadente, una quinta dio paso a una cabaña. Y aún hay una huella de una vieja casería que se cedió a la flora y a la fauna con el pesar de los años, entre jóvenes hayedos, cubierta de zarzales, sin tejado, sin hierros, saqueados por los convecinos...
    Tan sólo la iglesia, en su amplio llano que domina el poblado desde el apartado alto, parece imperturbable, impávida ante la cantada muerte de la aldea, sin sentir la desaparición de su vieja compañera, la fuente, que Dios sabrá cuándo fue cegada. El cementerio y el roquedal cierran la estampa.
    Como el pueblo, el cristianismo se apaga poco a poco, se muere, su palpitar cada vez es más suave. Santayana de Jedo celebra misa dos veces al año, el 9 de febrero y el 28 de junio, coincidiendo la segunda ocasión con las fiestas del pueblín, que se celebran conjuntamente con el pueblo de Murriega, aledaño y, en la actualidad, más poblado. Parece que Jedo es un barrio periférico de Murriega, ¿quién se lo iba a decir a sus gentes hace cincuenta años?

    La última semana de junio, llegan gentes de Santander capital y de pueblos de los alrededores. Vienen personas de otras provincias, cargando con unos niños que ven Cantabria por primera vez. Muy de vez en cuando, cada vez menos, aún aparece gente de otros países, como si los viejos emigrantes se negaran a aceptar la realidad de que ya no pertenecen a la Tierruca y que su vida está en otro lugar.
    Sobre el 25 ó 26, llegan los merchantes, con sus furgonetas cargadas de dulces y de juguetes. El mismo día 26, los de Murriega y Jedo montan la barra improvisada y dos pares de mesas con bancos, grandes, alargadas, de tablones, y se abre la veda para beber en buena compañía. El día 27, llega la orquesta, que se sitúa junto a la iglesia, dejando al cementerio tras de sí. Hasta hace siete de años, todavía venía un camión de tiro al palillo.

    Las fiestas comienzan a las 18:00 del día 27, haga sol o haya lluvia, aunque es normal ver alardes de jota montañesa antes de esa cita, en la barra. A esa hora, el pedáneo lanza dos cohetes desde el roquedal, uno por Santa Juliana y otro por San Sisebuto, santos patrones de la aldea. Durante tres días, el pueblo revive y parece estar habitado de nuevo. Los viejos que quedan en él todo el año, sentados a las mesas, sonríen contentos al ver esa jarana que llena de vida a Jedo. Los niños corretean alegres, se cuelan en la iglesia, en el cementerio, saltan entre las rocas y se persiguen unos a otros.

    Ajeno al bullicio, sentado en el roquedal, un viejo posa su vista sobre el pueblo. En ese mismo roquedal, ya hace muchos años, dio su primer beso a una niña que descansa allí cerca, tras la tapia del cementerio. En la tercera casa que se ve ahí abajo, nació él, un buen día; en esa misma casa, también nacieron su bisabuelo, su abuela y su padre, y en una cama de esa misma casa vio cómo se apagaba la abuela. En la primera casa, vivía Jandra, en el aira cercano jugaba con ella y sus hermanos. En la segunda, vivían Salva y Josuco... No queda ninguno. Las manos callosas asen una cachaba con fuerza, la mandíbula le baila emocionada y sus ojos se humedecen, sin dar rienda suelta al llanto. Una joven cercana a la treintena se sienta junto a él, posa su mano izquierda en su hombro y la derecha sobre el dorso de las del viejo:
    - Comment ça va, papy?
    - Bien, bien...
    Vuelve la vista hacia la joven, sonriendo. Se pasa la mano izquierda por los ojos, hace un gesto con la cabeza, la nieta lo ayuda a levantarse y dejan atrás la vista del pueblo. A la vista de la chica, al anciano ya se le ha ido el pensamiento: Dios mío, ojalá pudiera morir en mi pueblo.

  9. #9
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    Yo sí, me hice una foto con uno, un día que pasaba yo por un sitio de casualidad...


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