Historia Johnson contra Jeffries.

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    Johnson contra Jeffries.

    Jack London fue enviado por el New York Herald a cubrir el esperadísimo enfrentamiento entre los púgiles Jim Jeffries, la gran esperanza blanca, frente al entonces campeón mundial de los pesos pesados, Jack Johnson, “el gigante de Galveston”. La fecha señalada, el día de la Independencia de 1910, la nación esperaba despertar de la pesadilla que suponía que el campeón fuera negro, y en ese combate se imponía la necesidad de que Jeffries pusiese las cosas en su sitio natural.

    Este es el hecho, pero London es mucho London, y durante los diez días que precedieron al famoso combate se encargó de ir preparando a sus lectores para lo que habría de venir. Detalló minuciosamente la expectación, el ansia como de un adicto antes de la llegada de los contrincantes a Reno, lugar de la pelea. Defendió el deporte con un convencimiento apabullante (dispuesto aunque fuera el único en hacerlo en todo el mundo), y se interrogó desde su columna por el sentido del mismo, del “objetivo sencillo de ver, mediante los golpes de sus manos enguantadas quién puede derribar al otro con suficiente fuerza como para que permanezca diez segundos consecutivos en el suelo. Y ¿por qué quieren hacer eso? Por el honor, la fama y un premio de cien mil dólares”.

    Johnson contra Jeffries.

    En cualquier deporte es difícil encontrar libros que vayan más allá del propio deporte. Dejando aparte el que nos ocupa, probablemente el acercamiento más interesante sea Del boxeo, de Joyce Carol Oates, donde con su prosa clínica nos transmitió la angustia de la repetición de los golpes secos en el rostro o el torso:

    El boxeo, como la imagen de un sueño o una pesadilla, opone un yo contra un yo, un gemelo contra un gemelo idéntico, como en el útero, donde la dominación, el más misterioso de los apetitos humanos, se expresa por primera vez. Sus más característicos momentos de éxtasis —el acercamiento al KO, el KO, la posterioridad al KO, y gracias a las repeticiones de la televisión, todo el episodio revivido a cámara lenta como en la privacidad de un sueño— son indistinguibles de la obscenidad, el horror”.

    En la crónica de Jack London, se dan por conocidas las impresiones primeras del aficionado recién llegado: el olor a sudor y la humedad, el rugido de las gradas, el humo y el sonido de los golpes, la redención de un alma acabada recibida a puñetazos sobre el cuadrilátero, el guante contra la carne, panoplia de piel para los contrincantes, la aparición del árbitro para asegurar cierta ética que se ha mantenido desde que los griegos hicieron olímpico el festival de tortas sobre la arena.

    El combate en sí no da consistencia a un relato. Al fin y al cabo, como el mismo London afirma, este es un deporte que está en nuestra naturaleza, y es justo. La justicia nunca dio buena literatura, ese terreno donde la humanidad ajusta cuentas. En ese enfrentamiento tenemos un choque de trenes y dos formas de entender el tema: la mole experimentada llamada Jeffries, duro como una roca, y el esquivo y charlatán Johnson, con su sonrisa de dientes de oro y la sangre de su labio partido, pero de buen rollo; el autor resume en una frase todo el libro, y de paso el deporte entero: “lo que me provoca más curiosidad es ver qué ocurrirá cuando estos dos hombres de robustos hombros se unan en un abrazo”.



    Combate Entre Jeffries y Johnson

    RENO (NEVADA), 23 DE JUNIO. Reno siempre ha sido una ciudad viva, pero en estos momentos está cobrando una creciente efervescencia, mayor de la que nunca haya conocido. Todos los trenes, ya vengan del Este o del Oeste, traen a aficionados, a seguidores de los combates o a los inevitables corresponsales. Es sorprendente. O quizás no, por otra parte. Debe de quedar mucho de sanguinario en la raza anglófona para manifestar tan tremendo interés por este deporte de deportes que ella misma creó y desarrolló hasta adaptarlo hoy a las reglas del marqués de Queensberry, que representan la cristalización de muchas generaciones.

    Todo el mundo está llegando a Reno. Uno vuelve a encontrarse aquí, en la metrópolis de Nevada, a todos los hombres que ha conocido en cualquier lugar de la tierra. Están todos aquí: desde los héroes de los viejos tiempos hasta los últimos novatos, desde los aficionados encanecidos y avejentados que recuerdan hechos anteriores a los dolorosos 39 asaltos entre Sullivan y Mitchell en Chantilly (Francia) hasta los jovencitos que se
    chupaban el dedo cuando Corbett y Fitzsimmons disputaron aquel combate histórico en Carson (Nevada).

    En ninguna guerra, en ningún lugar se ha congregado nunca tal número de escritores e ilustradores. No había más de once corresponsales cuando los japoneses enviaron a través del río Yalu a 50.000 hombres a las garras
    de los rusos, que se encontraban en la orilla manchú, ante las murallas de la ciudad de Wiju. Hubo muchos muertos, y se jugaba el destino de grandes imperios y antiguas dinastías, y sin embargo solo once hombres estaban presentes para contarle al mundo lo que habían visto. Pero hoy, en Reno, el número de corresponsales es diez veces mayor. No están aquí para presenciar ninguna sangrienta batalla ni la muerte de millares de personas. Están aquí para presenciar cómo dos hombres fuertes, robustos y rudos intentan mediante su habilidad e ingenio, su deportividad y su resistencia, no matarse, sino eliminar al contrario en un deporte que
    propicia al máximo el ejercicio de esas cualidades.

    Para el hombre que conoce la vida tal como es, con sus hechos desnudos, y no la vida tal como él supone o sueña que debe ser, hay algo de enorme y básica importancia en el interés mundial por este combate. ¿Por qué
    luchan los hombres? Por el dinero. Una respuesta clara, pero que no responde a la siguiente pregunta: ¿por qué acuden los hombres a presenciar combates? No para gastar dinero, eso seguro. Hay maneras más fáciles de gastar dinero que viajar hasta Nevada. Quieren ver combates porque aún corre por sus venas la atávica virilidad de Adán. Es un fenómeno humano profundamente significativo. Ningún sociólogo o ético que ignore este hecho puede realizar un verdadero horóscopo de la humanidad.

    Hay otra manera de verlo. Los editores de periódicos son hábiles proveedores de la información que el público quiere. Si hubiera solo unos cuantos hombres que desearan este tipo de información, los editores podrían ser acusados de enorme estupidez por enviar al frente a un grupo tan nutrido y costoso de estrellas del periodismo deportivo. Pero los editores no se equivocan. La cuestión es que el público quiere esta información. La conclusión es que el público, pese a que en innumerables ocasiones asevere lo contrario, está interesado en el boxeo.

    Ciertamente, Reno está interesada. Reno, además, está orgullosa. Se considera afortunada. Es una ocasión única en la era moderna para colocarse a sí misma y al estado de Nevada en el mapa. Ninguna obra de arte de prosa, poesía, pintura o escultura podría conseguir esta distinción para Reno. Bueno, es un hecho, y como hecho merece ser contemplado.

    Reno consiguió el combate, y está dedicando un gran esfuerzo a alojar, alimentar y entretener al ejército de invitados que le está llegando. Jack Johnson aún no ha llegado, pero parece como si el resto del mundo estuviera ya aquí. Jeffries está cómodamente instalado en el bello balneario de Moana Springs. Hoy ha disputado un partido de béisbol en el que ha eliminado a nueve jugadores; lanzaba, bateaba, paraba y corría por
    las bases como un joven cíclope. Ha sido agradable verlo. Hasta tal punto destacaba su sólida masa que otros grandes pesos pesados que jugaban con él, como Corbett y Choynski, parecían pesos medios. Jeffries difiere
    totalmente de ellos tanto en estampa como en textura. Es un gran oso, pesado y tosco, y físicamente se podría decir de él que es un hombre de los que hacen época.

    Jeffries ha sido examinado hoy por Peter Murphy, capaz de emitir el juicio más acertado y exacto sobre la condición física de un hombre. El informe de Murphy ha sido inequívocamente favorable. Más que eso, ha sido
    entusiasta. Y, sin embargo, hace un año dijeron que Jeffries estaba acabado. Se ha dedicado con seriedad y abnegación a preparar este combate.

    Para demostrar que la naturaleza humana es la misma en el mundo entero, ya sea en los camarotes de un barco, en los clubes de costura o en los campos de entrenamiento, Sullivan y Corbett han celebrado hoy su
    encuentro con una trifulca de dimensiones no nefastas, aunque tampoco insignificantes. Nadie ha resultado herido, y no ha sido necesaria la intervención de la policía.

  2. #2
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    RENO (NEVADA), 24 DE JUNIO. Con su bolsa y su equipaje, sus cachorros, contrabajos y fonógrafos, Jack Johnson ha descendido hoy del tren en Reno para ser recibido por una multitud tan enorme como la que recibió a Jeff cuando llegó. Parecía inalterable y feliz mientras lo conducían con rapidez hasta el hotel de Rick, pese a que su tren llegaba con tres horas de retraso y era viernes.

    Su voz era tan jovial, su apretón de manos tan cálido, su sonrisa tan deslumbrante como la última vez que lo vi, en Australia. Al comentárselo dijo que se encontraba mucho mejor y más fuerte que hace un año y medio en las antípodas. Sus nudosos y macizos músculos asomaban bajo las mangas de la camisa. Al igual que Jeffries, él también es un hombre de grandes proporciones. Pero son tipos completamente diferentes. Bajo todo el aderezo de fuerza combativa, Johnson tiene un temperamento despreocupado, tan ligero y desenvuelto como un niño. Se divierte con facilidad. Vive el momento, y la alegría o la tristeza son estados pasajeros para él. No es capaz de ajustar con seriedad sus acciones a un fin remoto. Aunque acababa de llegar de un irritante viaje en tren marcado por enojosos retrasos, su rostro estaba plácido y tranquilo. No se veía en él rastro de preocupación o angustia, como podría esperarse a causa de los desacuerdos con su apoderado, el brusco cambio de lugar del campo de entrenamiento en el último momento o los paseos en coche interrumpidospor descorteses policías.

    Si uno desea comprender bien el combate cuando tenga lugar, no deben acentuarse demasiado las diferencias entre ambos. Dicen que Johnson no puede guardar rencor. Recibe con cordialidad una semana después al hombre que hoy le hace un daño real o supuesto, y eso es así porque vive el momento. Solo sabe ocuparse del momento, sea este de fiero odio o de alegre amistad.

    Posiblemente mis sentimientos hacia ellos ilustren bien esa diferencia. Si Johnson se abalanzara sobre mí acalorado y con toda la intención de atentar contra mi integridad física, siento que todo lo que tendría que hacer sería sonreír y tenderle la mano, que él estrecharía con una sonrisa. Por el contrario, estoy seguro de que si Jeffries se precipitara hacia mí en un ataque de ira, o bien me moriría de terror en ese mismo momento, o bien me mordería las venas y aullaría de pavor como un maniaco.

    Quizás la imagen parezca algo exagerada, pero esos son mis sentimientos, y sirven para mostrar las diferencias esenciales entre los caracteres de ambos hombres. Jeff es luchador, Johnson es boxeador. Jeff tiene el temperamento del luchador. La madre naturaleza de Jeff aún tiene los colmillos y las fauces ensangrentados. Es más un miembro de una tribu germánica o un guerrero de hace dos mil años que un hombre civilizado del siglo veinte con la civilizada profesión de calderero, y ha unido esos dos extremos haciéndose pugilista y convirtiéndose en el hombre cuyos golpes inspiran más respeto en todo el mundo.

    Pese a su natural primitivo, Jeff es más disciplinado, mucho más disciplinado. Sirva como ejemplo el rígido ajuste de sus acciones a un fin remoto que ha venido realizando desde que hace un año y medio empezara a someterse a un duro entrenamiento que le ha valido su actual condición física. Johnson, dominado por el momento, no podría llevar a cabo tal ajuste. Se le olvidaría todo lo referente a ese año y medio después. Se vería tentado a perseguir fines inmediatos y momentáneos.

    Del mismo modo, en el fondo de su corazón, este combate no significa lo mismo para Johnson que para Jeffries. Si Johnson lo pierde, no le preocupará tanto. Si pierde Jeff, casi le romperá el corazón. Bajo esa oscura y sombría seriedad que lo caracteriza hay un orgullo racial del que es bien consciente. Y además está su orgullo como hombre y como vencedor de hombres. Dejando aparte al mundo, se ha prometido a sí mismo ganar este combate, y era esa promesa la que proclamaba al mundo cuando, tras declarar que se negaba a luchar con Johnson hasta saber que podía ganarlo, anunció su certeza y firmó el contrato. De una cosa estoy seguro: ser derrotado en otros diez combates no sería nada para Jeff comparado con una posible derrota en este inminente combate con Johnson.

    La errática elección que Jeffries hace de sus horarios de entrenamiento desespera a los aficionados y los reporteros. Corre el rumor de que va a hacer algo a las cuatro de la tarde. Mucho antes de esa hora, los tranvías que llevan a su barrio están abarrotados, pero luego no ocurre nada. Se propaga el rumor de que Jeff se pondrá manos a la obra a la salida del sol.

    Los primeros autobuses para Moana Springs van llenos, e incluso antes de que salga el primer autobús una fila de automóviles ha salido ya en esa misma dirección. Pasan las horas. No ocurre nada. Todo el mundo espera, hasta que al final, cansados y hambrientos, regresan a la ciudad en busca de algo para comer, y fíjate, resulta que ha sido ese rato del día el que ha elegido Jeff para trabajar.

    Pero quién puede culparle. Son su combate y su entrenamiento, no los suyos; y sabe lo que quiere y cuándo lo quiere mucho mejor que ellos. Y aquí vuelve a manifestarse la diferencia entre el campeón blanco y el negro. Johnson tiene más tendencia a agradar al público. A Jeff le importa un pimiento el público. Falta una semana para el combate, y Jeff solo recuerda eso. Johnson no puede recordarlo, porque el público está amontonado a su puerta para una exhibición ocasional de capacidad y fuerza. Es el momento, el eterno, tentador e inmediato momento, y
    Johnson sucumbe.

  3. #3
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    Luego lo miro que la historia y al Jack London los tengo controlados.

  4. #4
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    RENO (NEVADA), 26 DE JUNIO. Al considerar los méritos de los dos grandes hombres que deben competir de aquí a una semana, tenemos que recordar que ninguno de ellos se ha visto nunca obligado a probar su resistencia. Si exceptuamos un puñetazo afortunado en los primeros asaltos, la resistencia desempeñará un importante papel en determinar cuál de los dos es el mejor. Y por resistencia entendemos no solo la capacidad de asimilar el castigo, sino también la capacidad de administrarlo y seguir administrándolo.

    La cuestión de la resistencia merece un análisis. Los hombres no son todos iguales. Los cuerpos y músculos de algunos se aferran ínfimamente a la vida. Otros aparentan ser incapaces de matar. Un hombre puede caminar setenta y cinco millas en un día, y al día siguiente caminar otras tantas. Otro hombre se derrumbará al final de una caminata de veinte millas y estará hecho polvo durante una semana. Y, sin embargo, el organismo de ambos está sano, tienen el mismo tamaño, el mismo peso, y tendrían las mismas oportunidades de pasar con éxito un chequeo para un seguro de vida. Entonces, ¿qué los diferencia? En las fibras de uno reside un primitivo vigor y una capacidad de esfuerzo de los que el otro carece. Sus músculos pueden parecerse, pero la calidad protoplasmática
    generadora de energía difiere.

    Tomemos a un levantador de pesas profesional. Puede que la báscula llegue a los ochenta kilos. Puede levantar cien kilos con una mano. Otro hombre que pesa lo mismo no puede levantar ni cincuenta kilos. Está tan sano como el otro, pero no puede hacerlo. Puede entrenar y ejercitarse durante cinco años, o diez, y sin embargo ser incapaz de levantar cien kilos con una mano. Y la voluntad no tiene nada que ver con ello. Puede tener diez veces más fuerza de voluntad que el otro, pero la fuerza de voluntad no sirve para levantar cien kilos. Le falta la calidad muscular: eso es todo.

    Ese vigor protoplasmático es una herencia primitiva, pero es bueno tenerlo, sea uno boxeador o no. Fue al describir el combate en Colma contra Jimmy Britt cuando advertí que Battling Nelson poseía esa calidad muscular. Lo llamé monstruo abisal, y nunca me lo perdonó. Pero para mí era un cumplido.

    De dos boxeadores iguales entre sí, con el mismo entrenamiento, con órganos iguales, igual deportividad e igual fuerza de voluntad, uno alcanzará su límite a los cinco o diez asaltos; el otro, aunque luche con la misma seriedad, será capaz de durar treinta o cuarenta asaltos, o incluso cincuenta. Esa era la peculiaridad que Battling Nelson poseía hasta límites insospechados. Jimmy Britt no. Podía eliminar a Nelson, pero no podía pelear tanto como él. En el combate de Colma Nelson no lo noqueó. Fue mero agotamiento. Britt había llegado a su límite. No podía moverse más. Perdió el combate porque su esfuerzo le noqueó.

    Corbett carecía de esa brutalidad abismal casi por completo. Choynski poseía mucha más, al igual que Sharkey y Fitzsimmons. Pero cuando se trata de Jeffries y Johnson no hay límite en absoluto para ellos. Nunca se han visto en la necesidad de demostrarlo. Ninguno de ellos sabe si la posee. Ninguno de ellos se ha visto nunca envuelto en un combate largo y exigente, dando y recibiendo asalto tras asalto, consumiendo energía a enorme velocidad y sin dejar de propinar furiosos golpes, sin parar.

    De los dos, Jeffries ha reflexionado más sobre sí mismo, se ha estudiado más y ha creído poseerla. La ha llamado reserva de energía, una especie de segundo resuello que no depende de los pulmones, sino que reside en los propios músculos. Pero del dicho al hecho va mucho trecho, y él aún tiene que demostrarlo. Sin embargo, yo tengo la intuición de que lo posee. Además, podría verse llamado a demostrarlo el día cuatro.

    Hay una cualidad en la que Johnson lleva ventaja sobre Jeffries, y es la relajación. Jeffries, aunque es tranquilo y tozudo, siempre está más tenso. La tensión de los músculos consume energía. El boxeo exige el uso de todos los músculos, y cinco minutos de tensión innecesaria por cada treinta de lucha supone un serio consumo de energía.

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