Conceptos que se siguen enseñando en buena parte del mundo, y no son otra cosa que un refaccionamiento de las viejas concepciones del Mercantilismo. Veamos en qué consisten aquellas y qué tienen de dañino al ser impulsadas en reuniones de un gabinete ministerial.
La balanza comercial y el dinero como un fin
El Mercantilismo es la filosofía económica adoptada por los mercaderes y estadistas de los siglos 16 y 17. Los mercantilistas pensaban que la riqueza de una nación provenía principalmente de la acumulación de oro y plata. Las naciones sin minas podían obtener oro y plata sólo al vender más bienes que aquellos que adquirían del exterior. En consecuencia, los líderes de esas naciones intervenían altamente en el mercado, imponiendo aranceles a los bienes extranjeros para reducir las importaciones, y otorgando subsidios para mejorar las posibilidades de exportación para los bienes domésticos. El Mercantilismo representó la elevación al status de política nacional de los intereses comerciales.
Los viejos mercantilistas sostenían que por definición era favorable exportar y desfavorable importar. Lamentablemente el error es persistente y prácticamente un lugar común cuando se habla de comercio exterior. Pero es necesario aclarar una y mil veces que el objetivo de las exportaciones es la importación. Basta fijarse en lo que hacemos a nivel personal, familiar y de nuestro barrio: el análisis más ligero bastará para notar que todo aporte productivo hacia los demás se hace con el fin de importar el producto de sus esfuerzos. Dada la naturaleza arbitraria de las fronteras nacionales, resulta entonces evidente lo irrelevante que resulta si se da adentro o afuera de un país un transacción donde se intercambie un bien o servicio por dinero. Si importar fuese dañino, la insinuación en sátira de Frederic Bastiat de que hundamos cada cierto tiempo los barcos que traen mercancías del exterior, sería la solución al “problema”.
Esto nos lleva al tema del dinero como un fin. Los mercantilistas pensaban que la parte que recibía el dinero resultaba favorecida en el comercio. Pero por definición los intercambios comerciales entre personas, empresas y territorios, son situaciones ganar-ganar en que ambas partes valoran más lo que la otra tiene y por eso renuncia voluntariamente a aquello que tiene ella. De hecho es la razón para que ocurran, siendo voluntarios
como lo son. Es por eso que debe descartarse el mito de la balanza comercial, pero sobre todo el del dinero como un fin en el proceso económico. Lo único que da valor al dinero son los bienes y servicios circundantes; en otras palabras, la producción.
El Estado como socio y los agregados poco agregables
Para llegar al cálculo del PIB de un territorio, se utiliza una conocida fórmula: C+I+X+G=PIB
C es consumo privado
I es inversión privada
X es exportaciones menos importaciones
G es gasto de gobierno.
El problema es que la aceptación de ésta sin beneficio de inventario implica prácticamente sumar peras y manzanas. En primer lugar, la acumulación de dinero no implica mayor riqueza (bienestar). Prestar una atención miope al resultado de la fórmula del PIB, sobre todo cuando la inversión y el consumo quieren sumarse al gasto público, es un error. El gasto público (incluyendo las empresas públicas y su intromisión) se compone de recursos sustraídos del sector privado, que hubieran estado al servicio del proceso económico en forma de otros bienes y servicios que hubieran servido para el consumo, inversión y comercio exterior precisamente. De ninguna manera puede considerarse inversión en sí misma; en el mejor de los casos consumo forzoso según prioridades políticas. Pero éste último siempre implica una pérdida de bienestar social pues se hace a espaldas de la gran mayoría de implicados.
Por otra parte y como se mencionó antes, las exportaciones no son un activo del que deban restarse las importaciones. Ambas caras del comercio son auto equilibrantes y suficientes.
Además el PIB está atado a los índices de precios al consumidor y a la cantidad de dinero en la economía. Cualquiera de los dos factores sería suficiente para desconfiar de su validez, pues son nominales y no siempre reflejan la situación subyacente y real.
El concepto del PIB debe ponerse en duda por su imprecisión, y porque es un concepto contable más que cataláctico, es decir no lidia con la cooperación de mercado en su conjunto si no con sumas y restas de elementos desiguales frente al proceso económico. Pero el cálculo del PIB es solamente una manifestación particular de la concepción mercantilista, siendo la miopía ante la existencia del individuo la raíz fundamental de
esta última. Si se considera la acción colectiva como algo más que un concepto funcional para entender la suma de acciones individuales, el error seguirá plagando la ciencia económica.