Cuando Jesucristo aún no había multiplicado los panes y los peces, ni había sido puesto a prueba con las tentaciones de María de Magdalena y el Diablo, en los confines de Asia, allí donde partía la Ruta de la Seda, un letrado, un hombre culto, se rodeaba de gran número de sabios y, con la ayuda de éstos y de la que podría llamarse “la primera izquierda” de la Historia, encabezaba una revolución y se convertía en emperador.
Considerado un usurpador del trono por la familia imperial y los terratenientes, Wang Mang (45. a. C. – 23 d.C), decidió dar “ese golpe de Estado” tras llegar a la conclusión de que la Dinastía Han [1] - que gobernaba en aquel entonces- había perdido el Mandato del Cielo: es decir, legitimidad para seguir reinando por tolerar la vejación de las clases oprimidas.
Wang Mang, que fundó la Dinastía Xin (Nueva Dinastía) llevó el timón del país durante catorce años (del 9 al 23 d.C.), y durante ese tiempo se atrevió a hacer algo impensable en aquella época: Decretó la abolición de la esclavitud y, por consiguiente, la venta de esclavos en todos los mercados de Chung-Kuo [2].
El efecto que causaron sus medidas fue contrario al esperado: las familias pobres, que solían vender a sus hijos para ganarse unas monedas y comprarse un saco de arroz, se vieron privadas de esos ingresos y comenzaron a odiar con todas sus fuerzas al nuevo emperador. Por su parte, sus seguidores le defendían a muerte y anunciaban la llegada de una nueva época sin amos ni siervos.
La siguiente decisión de Wang Mang fue expropiar numerosas tierras a los latifundistas y repartirlas, parceladas, entre millones de libertos; luego, con el noble objetivo de convertirlos en ciudadanos con plenos derechos y obligaciones, les exigió un modesto impuesto que se haría calculando el valor de sus cosechas.
A partir del año 18 se produjeron gravísimas inundaciones en todo el país -que por aquel entonces contaba con sesenta millones de habitantes [3] -, y los campesinos sufrieron grandes pérdidas y se quedaron sin dinero para comprar aperos de labranza y semillas. Y, antes de que el emperador Wang Mang pudiese decretar medidas para aliviar su situación, el descontento en el agro se extendió por toda China y se multiplicaron las voces de los que aullaban que vivían mejor como esclavos.
Avivados y armados por sus antiguos propietarios se organizaron en terribles bandas, llamadas Cejas Rojas, color que hacía alusión a los arcos que se pintaban sobre los ojos. Y era tan inmenso su número y su ardor que derrotaron a las fuerzas imperiales y entraron en la capital de la China de aquel entonces, Chang´an, en el año 23.