En Sudán del Sur, con un PIB per cápita de 275 dólares, no hay agua corriente ni luz eléctrica ni industria ni infraestructuras, la comida escasea y los zapatos son un lujo
Adut pasó unos meses en Madrid. Se sometió a una operación y vivió en casa del cirujano. Cuando iba de regreso a su país le preguntaron: ¿qué te llevarías de España? "Un grifo", contestó esta niña de 10 años. Adut era de Sudán del Sur, un país donde un grifo es un milagro, donde (excepto en la capital, Yuba) no hay agua corriente ni luz eléctrica ni industria ni infraestructuras ni siquiera servicio de correos.
Sudán del Sur es, con una renta per cápita de 275 dólares, el segundo país más pobre del mundo solo por delante de Burundi (263 dólares), según el informe del Fondo Monetario Internacional Los diez países más pobres del mundo de 2017. “El hambre es el principal problema de Sudán del Sur”, explica el padre José Javier Parladé, misionero comboniano, que vive en la ciudad de Yirol, en el centro del país.
“No obstante, las cosas han mejorado algo desde la guerra”, reconoce Parladé, que ha vivido casi 50 años en el corazón de África. El conflicto civil entre la zona del norte, de mayoría árabe, y la del sur, de población negra, arrancó en 1983. La guerra terminó en 2005 y, en 2011, Sudán del Sur se convirtió en un estado independiente tras la celebración de un referéndum de independencia que apoyó el 98% de la población.
Las vaquerías son una de las actividades más lucrativas de Sudán del Sur, porque las vacas se usan como moneda.
Fueron treinta años de guerra, de muertos, de abusos, de barbarie, de desplazados. Los ecos de los horrores del largo conflicto entre Sudán y Sudán del Sur apenas han llegado a occidente. Pero el padre Antonio Aurelio Fernández, de la orden de los Trinitarios, que desde sus orígenes se dedica a rescatar a cautivos por medios no violentos, supo que las tropas del norte vendían como esclavos a los prisioneros de guerra que capturaban en el sur.
El padre trinitario viajó allí decidido a liberar a esos esclavos. “La mayoría eran mujeres y niños, porque a los hombres los mataban. A las mujeres las vendían en el norte y en otros países árabes para dedicarlas a la prostitución y al servicio doméstico”, explica. El padre Antonio Aurelio Fernández compraba esclavos. Lo hacía en lotes, porque había descuento y salía más barato. Unos 300 euros por cada ser humano.